Había una vez...Un cuento, un mito y una leyenda Podcast Por Juan David Betancur Fernandez arte de portada

Había una vez...Un cuento, un mito y una leyenda

Había una vez...Un cuento, un mito y una leyenda

De: Juan David Betancur Fernandez
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Este podcast está dedicado a los cuentos, mitos y leyendas del mundo.© 2025 Había una vez...Un cuento, un mito y una leyenda Ciencias Sociales Literatura y Ficción Mundial
Episodios
  • 693. El rey serpiente (leyenda Persa)
    Sep 17 2025

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    Juan David Betancur Fernandez
    elnarradororal@gmail.com


    Habia una vez en la antigua Persia un joven llamado Zahhak que era hijo de un regente llamado Mardas. En aquellos tiempos Zahhak tenía un pasatiempo. Le gustaba salir a caminar por los bosques del castillo de su padre a quien el respetaba profundamente.

    Una noche, mientras Zahhak caminaba por los jardines encantados del palacio, alcanzo a ver un hombre que caminaba hacia el lo cual era extraño porque el jardín era un sitio exclusivo para la familia real. El hombre tenía una túnica negra y ojos como carbones encendidos. Cuando se acercó el hombre se presento diciendo que su nombre era Ahriman y que era un cocinero que venia de otras tierras y que quería ofrecerle sus servicios. Zahhak emocionado acepto inmediatamente y lo llevo al palacio para que trabajara como su cocinero personal. En su mente estaba la esperanza de poder probar manjares exóticos. Pero lo que no sabía Zahhak era que Ahriman era en realidad el espíritu del caos, disfrazado de cocinero. Allí en el palacio el cocinero comenzo a ofrecerle comidas que no venían de sus dominios: frutas que brillaban como gemas, carnes que cantaban al fuego, vinos que mostraban visiones de otros mundos. Pero con bocado se debilitaba la voluntad del príncipe.

    Una noche mientras el Zahhak se deleitaba con un faisan de sabor mágico, Ahriman le susurró: “Tu padre es un muro entre tú y el destino. Derríbalo.” Zahhak, embriagado por la ambición y los hechizos que provenían de aquellos manjares comenzo a pensar que su padre no lo dejaba progresar ya que todos lo veían solamente como el hijo. Así que impulsado por las ideas de su cocinero maligno tramo un plan y , asesinó a su padre Mardas y tomó el trono. Cuando el príncipe ya convertido en regente se acercó al trono con la sangre aún en sus manos , Ahriman su cocinero besó sus hombros, y de allí brotaron dos serpientes negras, vivas, eternas, que se enroscaban como guardianas de su alma corrompida.

    Las serpientes no eran simples criaturas: eran manifestaciones de la codicia y el miedo, alimentadas por el dolor humano. Estas serpientes daban vueltas sobre el trono y se acercaban a sus oídos exigiendo cada día el cerebro de dos jóvenes. Zahhak, incapaz de resistirse, ordenó sacrificios diarios para complacer a las demoniacas criaturas. Así, el reino se convirtió en un campo de lamentos, donde las madres lloraban la perdida de sus hijos y peor aún donde los sabios atemorizados simplemente callaban.

    Pero en secreto, dos cocineros que conocían las intensiones de el cocinero personal de Zahhak comenzaron a engañar al rey: y Así cada noche cuando los jóvenes eran tradidos para ser degollados mezclaban cerebros humanos con cerebros de oveja, y así pocian liberar a uno de los jóvenes cada noche. Estos sobrevivientes se refugiaron en las montañas, donde aprendieron magia, resistencia y el arte de la espera.

    Entre los padres que perdieron hijos estaba Kaveh, un herrero que forjaba espadas con inscripciones ocultas y martillaba con furia ritual. Cuando su último hijo fue reclamado, Kaveh se negó. Alzó su delantal manchado de hierro y lo convirtió en un estandarte mágico, el Derafsh-e Kaviani, símbolo de rebelión y justicia entre los antiguos persas

    Guiado por sueños proféticos, Kaveh subio a la montaña donde los jóvenes refugiados vivían y se entrenaban y encontró a Fereydun, un joven liberado por los sabios cocineros, que hablaba con los animales y tenía el don de la luz. Fereydun impulsado por los sueños profeticos de Kaveh montó un toro sagrado de fuego que recorria las montañas , y con una espada forjada en el corazón de una estrella caída, bajo al reino de Zahhak y lo enfren

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    7 m
  • 692. El barrio
    Sep 15 2025

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    Juan David Betancur Fernandez
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    Habia una vez una hombre llamado Elias que acababa de llegar a un barrio que no había visitado antes y que incluso no sabía donde quedaba ubicado. La primera impresión de Elias era que el barrio estaba situado en las afueras de la ciudad. La ciudad donde elias había vivido por muchos anos era realmente antigua y sus callejuelas eran bastante desordenadas. Por el contrario este barrio estaba organizado en una forma más estructurada. Desde su nuevo hogar podía ver como las ventanas de las casas siempre estaban cerradas y si bien algunas casas tenían flores la gran mayoría de ellas no tenían flores o las pocas que habían estaban hace mucho tiempo marchitas. Su primera sensación fue que aquellas habitaciones parecían tristes incluso cuando el sol brillaba. No había muchos colores en las paredes y había una sensación de tristeza en todo el barrio.

    Durante el día las personas que recorrían sus callejuelas caminaban siempre con los hombros caidos como si una carga invisible e invencible los acompanara en su existencia. Nadie reia, nadie cantaba y pese a que algunos de ellos llevaban relojes se sentía como si el tiempo allí no avanzara y permaneciera estancado.

    Los niños siempre estaban acompañados de sus padres y no se les dejaba jugar, y si por alguna razón comenzaban a caminar solos y a jugar sus padres siempre los regañaban y los cogían de la mano sin dejarlos apartarse de su lado.

    Los que caminaban por el barrio siempre tenían una mirada triste y siempre hablaban en voz baja como si la alegría hubiera sido desalojada de las casas y de las calles.

    Pero lo que no sabían los transeúntes es que no todo era si cuando caída la noche. La noche era bien diferente. Apenas el sol se ocultaba detrás de los cerros y las estrellas comenzaban a brillar, una luz cálida comenzaba a cubrir todas las calles y avenidas del barrio. Esta no era un luz eléctrica era más bien una luz profundamente antigua que salia de la superficie y de todas las paredes de las casas y habitaciones.

    Luego las multiples puertas y ventanas se abrían y de todas las habitaciones los habitantes del barrio salían con ropas brillantes, instrumentos musicales y sonrisas que se entrelazaban con las voces de miles de historias contadas al unisono. Era un barrio vivo y vibrante. Había bailes en las esquinas y aquí si los muy pocos niños podían correr y divertirse solos sin que nadie los acompañara. Pero los que más disfrutaban eran los ancianos, ellos eran los más importantes en este barrio. Todos se disputaban por el privilegio de escuchar sus consejos..

    Elias sorprendido por aquella primera noche en su nuevo barrio no podía comprender lo que sucedia a su alrededor. Comenzó a recorrer las calles y a entablar conversación con los habitantes. Todos eran bien diferentes pero todos vivían una misma vida allí en el barrio. Nadie presumía de nada, Nadie pretendía ser más que los otros y por el contrario todos quería ayudar y servir en la medida de los posible. El por ser nuevo recibió la bienvenida de todos y cada uno de ellos y sus palabras eran siempre de consideración. No sentía envidia, no sentía resentimiento, no sentía temor y no sentía recelo hacia el. Era realmente un lugar fantástico lleno de personas fantásticas.

    Pero si había algo que le pareció extraño en sus primeras conversaciones con los habitantes del barrio. Cuando por alguna razón alguien le preguntaba quien era o de donde había venido. Elias no lo recordaba. No podía decir nada sobre su pasado y cuando esto sucedia todos a su alrededor simplemente soltaban una carcajada y le decían que era simplemente una broma. Que ellos tampoco sabían de donde venían o como había sido su pasado.

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  • 691. Maerla y las Hadas
    Sep 14 2025

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    Juan David Betancur Fernandez
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    Habia una vez en las tierras altas de lo que hoy es escocia una anciana llamada Maerla. Maerla tenía su hogar en las montanas donde el manto de las nieblas se posaba y donde las gotas de rocio brillaban con la luz del sol sobre el pasto verde. Maerla había construido su casa de piedra cerca a un bosque que le ofrecia la madera para calentar su hogar. De maerla se decía que hablaba con los cuervos , que sabía leer el viento para descubrir cuando se acercaban las tormentas y que era capaz de hablar con el alma de los arboles del bosque.

    De una tormenta de nieve venia la mayor tristeza de Maerla. Su hijo Eoin se había perdido entre las montanas durante una de estas tormentas y Maerla no había podido superar su pena.Desde ese amargo día ella salia de noche sola hasta llegar al circulo de las piedras susurrante. Estas era un claro entre los robles centenarios donde grandes rocas antiguas de origen desconocido se presentaban erguidas formando un circulo perfecto.

    Allí en aquella desolación y rodeada por el susurro de aquellos monolitos, Maerla se sentaba en la piedra central llamada la piedra del eco. Allí sus pensamientos se convertían en recuerdos de su hijo perdido.

    Una noche de luna nueva, cuando el cielo parecía un lago oscuro salpicado de estrellas, Maerla lloró como nunca antes. Su dolor era tan profundo que la piedra sobre la que estaba sentada comenzó a brillar con una luz azulada, como si absorbiera su pena. De repente El viento se detuvo. Los árboles se inclinaron. Y de la piedra surgieron pequeñas figuras luminosas, flotando como polvo de estrellas.

    Eran las hadas.

    Tenían alas de helecho, ojos como gotas de rocío, y sus voces eran como campanas lejanas. Algunas eran tan pequeñas como una semilla de cardo, otras del tamaño de una mariposa. Había llegado allí atraídas por el dolor de una madre.

    Las hadas hablaron en un idioma que no era de palabras, sino de emociones. Le mostraron imágenes: bosques que cantaban, lagos que curaban, piedras que recordaban. Le ofrecieron un pacto:

    “Tu pena nos ha llamado a este mundo desde nuestro mundo en lo profundo de la tierra. Desde ahora, cuidaremos este bosque. Pero los humanos deberán respetarlo. No cortar sin pedir permiso a la madre tierra . No tomar sin agradecer antes a los seres de los bosques.

    Maerla aceptó. Y desde entonces, las hadas se ocultaron en los reflejos del agua, en los círculos de hongos, en los suspiros del viento. Solo los que han perdido algo muy querido pueden verlas, porque solo el dolor verdadero revela su presencia.

    Maerla vivió muchos años más. Se convirtió en guardiana del bosque, en narradora de lo invisible. Enseñó a los niños a dejar ofrendas: leche en cuencos de piedra, pétalos sobre los troncos, canciones al amanecer. Cuando murió, su cuerpo fue enterrado bajo la piedra central, y se dice que cada vez que alguien llora allí con sinceridad, una nueva hada nace.

    Hoy, en los bosques de Escocia, algunos aún dejan flores en los claros, no por superstición, sino por memoria. Porque saben que las hadas no piden adoración, sino respeto. Que cada piedra puede ser una puerta, y cada sombra, una promesa.

    Pero más importante aún las hadas representa la esperanza de que todos los dolores que se llevan en el alma están siendo resguardados en el bosque para que poco a poco a poco el alma se recupere y queden como un recuerdo lejano dando paso a nuevas alegrías.

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