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Ricardo regresa a Fresneda, en donde tuvo, hace unos años, su primer caso sonado. Ahora se enfrenta a un misterio que quizá sea sobrenatural, o, al menos, muy esotérico.

Un ignoto corta partes de sus víctimas, a las que asesina. Se las lleva, sin que se sepa para qué. Ricardo inicia una investigación gratuita, pero pronto, hay una recompensa, porque se trata de un serial. El gobernador ofrece cincuenta mil.

Un viejo amigo, millonario, encarga a Ricardo ser el albacea de su testamento. Pero no se trata de una situación normal, sino de una extraña charada que inventa el rico, para que sus herederos se vuelvan locos por ser nombrados en el testamento. A Arrate le parece una locura, algo que ni él mismo hubiese ideado. Pero él cobrará cien mil dólares por ser el vigilante de las pruebas a las que se someterá a los beneficiarios. Al principio, Arrate lo ve como un desatino, pero le va tomando gusto a la broma, hasta que ésta se torna macabra, pues… algo sucede.

Cuatro escritores de misterio, de detectives o thrillers, se reúnen en una casona en el campo. Eso se debe, a que no encuentran, en el país, un castillo escocés o inglés. La reunión suele ser anual, y, en ella, normalmente, alguno presenta su última obra, aún sin publicar. En esta ocasión, ellos protagonizan una novela. Uno de ellos, jamás conocerá el desenlace, aunque será protagonista.

Un demente, que desea notoriedad, se anuncia como un asesino serial. Desea tener una firma, además de un sonoro nombre. Elije “El asesino de los fósforos”, y se enfocará en las mujeres fumadoras. Mata a algunas.

Alguien mata atletas. En principio, eso no se entiende. Pero, según Ricardo se va adentrando en ese mundo, encuentra sentido a lo que sucede.

Una actriz retirada anuncia que va a publicar sus amoríos. Necesita dinero, y piensa que le pagarán bien. La gente se interesa, ya que ha andado con políticos y empresarios. La asesinan, y los sospechosos son varios; pero la identidad del perpetrador se quedó en la mente de ella. Al matarla, se la llevó a la tumba. Conversó con una periodista, a quien le prometió proporcionarle nombres, fechas y detalles. Habló de más, y precipitó su fin. Si quería publicidad la consiguió, pero después de muerta. Calculó que le pagarían bien, pero no que la matarían.

A Ricardo Arrate le llega una señora, con una terrible sospecha: le preocupa que su esposo sea un asesino. El orate toma el caso, porque le parece interesante. Va encontrando que, en torno al hombre, hay muerte. Como el caballo de Atila: donde pisaba, no crecía la hierba.

Hay una serie de asesinatos en el club de golf Alabama, de San Pedro. Por ello, contratan a Ricardo, para que dé con el perpetrador.

Ricardo se sumerge en uno de los peores barrios de Villegas, su ciudad natal. Debe investigar qué pretende Torrado, un hampón, al poner una tienda de electrónica. Y, como siempre sucede, consigue saberlo con sus métodos nada ortodoxos. Además, encuentra mujeres aunque no las haya. Si es necesario, él las fabrica.

Otro caso extraño para Arrate, lo representan unos suicidios inexplicables. Es gente feliz, sin ninguna razón para quitarse la vida. Además, se lanzan a la muerte como locos, algo así como los lemmings al arrojarse al mar.

Unos diputados quieren que se promulgue una ley, por la cual, los particulares no puedan ejercer de detectives privados. Deben ser empleados de alguna agencia. Dan varias razones, pero la cardinal es que unos parientes de ellos trabajan para las agencias. Arrate se embarca en una investigación de cada uno de los que promueven tal ley. Descubre un mundo lleno de porquería.

Un hampón tiene un libro, o agenda, en la que anota los sobornos a funcionarios, políticos y policías. Muere de un ataque al corazón, inesperadamente. Entonces, algunos, de los que aparecen en las páginas, se ponen muy nerviosos. La esposa debería tener la libreta, pero no es así, aunque nadie le cree. La viuda contrata a Ricardo, para que encuentre el libro. El libro no mata, ni tampoco ajustician a los que se hallan en sus páginas. Asesinan a los que “pudieran” haber tenido contacto con él.

Un demente asesina a algunos actores de una telenovela. Lo hace porque no le agrada el desarrollo, o porque alguien no desempeña el papel, que le tocó, como al perturbado le gustaría. Por una razón u otra, los mata. El director y el escritor se vuelven frenéticos por tener que cambiar la trama, al quedarse sin los intérpretes principales.

Cuando asesinaron, por la espalda, a Wild Bill Hickok, estaba jugando póker en el saloon Nuttal & Mann de Deadwood. Tenía cuatro cartas, porque había desechado la quinta. Su mano era: dos pares de ases y ochos, tréboles y picas, que tras su muerte fue llamada La Mano del Hombre Muerto. La primera Mano Mortal, de esta novela, es: tres sietes y dos reinas, un full house (un trío y un par). También fue asesinado, aunque no en la mesa.

Ricardo llevará el caso de la desaparición del hijo de Arturo Del Riscal. Éste, antiguo alcalde de Cereceda, fue detenido, más bien secuestrado, por Arrate, en aquella población, en donde el detective estuvo investigando otra desaparición: la de unos federales. Del Riscal le contrata para llevar este asunto, olvidando, o así dice, lo que sucedió entre ellos. Esto fue mucho más que su aprehensión y entrega a la policía. El detective tuvo bastante que ver con su esposa y su amante.

Ya que el mundo está lleno de locos, uno de ellos llamó a una radiodifusora, para anunciar los asesinatos que proyectaba. Son casi al azar, o según la mala suerte de la víctima. Arrate se encarga del caso.

El asesinato de una mujer, en una plaza comercial, inicia la búsqueda del asesino. Además de que es trabajo de la policía, hay una recompensa, lo que hace que Arrate se interese en el caso. Tanto los federales, como Ricardo, consideran que el buscado puede estar escondido en Arrecife, de donde es natural, y viven sus familiares. Aurelio Gudiño, director de policía federal de Villegas, andaba con la mosca en la oreja. Para ponerlo en claro, no se fiaba nada de Esmeralda Gutiérrez, la agente encargada de buscar al asesino. La consideraba corrupta, porque barruntaba que ella era ...

Tres hermanos holgazanes arruinaban la granja de sus padres. No trabajaban, y comían todo lo que había a su alrededor. Cada año les iba peor, y los dos ancianos no veían una solución. Cuando ya casi no les quedaba nada, el padre decidió que se convirtiesen en soldados del rey. Sus sueldos podrían ayudar a la familia, pero ninguno pensaba en eso, sino en su beneficio. Lo único positivo sería que ya no se comerían todo lo que había en la granja. El padre le ordenó al mayor ir el primero. Si no regresaba a buscar a sus hermanos, saldrían también los otros dos. Se fueron, uno a ...

Cooper era un mujeriego, pero al estilo más extraño. No le gustaban los ligues ocasionales, sino relaciones serias. Eso estaba bien, pero él mantenía tales relaciones con cuatro mujeres, que se consideraban sus esposas. Quizá por eso, lo mataron entre las cuatro.