Episodios

  • Cristo Rey
    Nov 18 2025

    El buen ladrón

    Tres cruces, dos ladrones y tres diferentes expresiones de sufrimiento. Jesús quiso ser crucificado con pecadores, participando su trono de gloria con ellos. Muchos santos hubieran querido estar allí, cambiando su lugar por ellos, con santa envidia. San Agustín dice que, de las tres cruces, una salva, otra recibe salvación y la otra la rechaza. Todos estamos representados en estos dos criminales. Deberíamos estar allí, pero todavía estamos huyendo de la cruz. Estos dos ladrones personifican dos actitudes en frente de la cruz, dos caminos que resumen nuestras vidas: a favor o en contra de Dios, con Él o contra Él. Tres sufrimientos, uno redentor, otro purificador, y un tercero inútil. ¿Cuál es el mío? Podemos acompañar a Jesús en su camino redentor.

    ¿Qué es lo que vio el buen ladrón para creer? No es fácil responder a esta pregunta. Los dos ladrones fueron crucificados al lado de Jesús, sufriendo la misma pena por sus crímenes. Uno, que llamamos Gestas, frustrado por su dolor, le reprochaba a Jesús que los salvara de ese suplicio. Dimas en cambio, le amonestaba diciendo que ellos estaban allí justamente, para pagar por sus pecados. Y le hizo a Jesús la mejor petición que podemos hacerle en nuestra vida: “Acuérdate de mí cuando llegues a tu reino.” Deberíamos repetirlo muchas veces, especialmente cuando nos topamos con el sufrimiento.

    Había más gente en el Calvario, pero sólo Dimas hizo esa petición. Quizá porque vio las cosas desde la cruz, desde arriba; o quizás porque sufrió lo mismo que Jesús. Cuando sufrimos vemos las cosas con ojos diferentes. Vio a un hombre sufriendo en silencio, no solo aceptando el dolor, sino recibiéndolo con los brazos abiertos, amándolo hasta sus últimas consecuencias. El centurión romano, también presente, solo creyó después de que Jesús murió, cuando se oscureció el cielo y tembló la tierra.

    “Hoy estarás conmigo en el paraíso.” ¿Qué sintió Dimas ante estas palabras? “Hoy”, no mañana, después de unos minutos de sufrimiento, con una razón para tu dolor, como una operación que cura, con un final feliz. “Conmigo”, yendo juntos, cruzando el umbral de la esperanza, mano en mano, iluminando tu camino. “En el paraíso”, en ese lugar que todos deseamos, para el cual hemos sido creados, donde nos esperan nuestros seres queridos.

    El buen ladrón nos llena de esperanza. Nos es muy fácil vernos en él, calzarnos sus zapatos. Podemos pasar de ser el mal ladrón al bueno en un santiamén, y al mismo tiempo robar el cielo. Pero no hace falta esperar para el último momento de nuestra vida para hacerlo. Podemos comenzar a repetir su petición ahora, desde la cruz de nuestro sufrimiento.

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  • 33 Domingo C Discurso escatológico
    Nov 12 2025

    Discurso escatológico

    Cuando llegamos al mes de noviembre, al final del año litúrgico, tenemos estos evangelios acerca del final de los tiempos, de un futuro distante. Son siempre un poco temibles y no sabemos qué hacer con ellos. Los queremos leer deprisa, para pasar enseguida al Adviento, y así poder ver más cercana la Navidad. ¿Por qué la Iglesia quiere que meditemos acerca de ellos, cuando no sabemos cuándo ocurrirán, y lo más probable es que no sucederán nunca durante nuestra vida? Nos hablan de nuestro futuro y nos enseñan lecciones que podemos aprender en nuestras propias vidas.

    Es muy normal querer predecir el futuro, y así planear las cosas mejor. Nos gustaría tener más control de nuestras vidas, para estar preparados por lo que pueda venir. Dios nos revela de alguna manera u otra, lo que tenemos que saber en cada momento. La curiosidad mató al gato. Estamos en las manos de Dios y Él sabe lo que necesitamos. Deberíamos abandonar las cosas en Él y dejar que sea el jefe. Nosotros solo somos niños pequeños.

    Hay tres acontecimientos futuros anunciados en este evangelio: la destrucción de Jerusalén, el final de los tiempos y la segunda venida de Cristo. El primero ocurrió en el año 70, cuando los Romanos cercaron la ciudad santa y destruyeron su templo, para calmar la rebelión judía. Todavía hoy se puede contemplar la explanada, donde los musulmanes levantaron una mezquita. Los judíos solo tienen el muro de las lamentaciones, donde lloran esperando que se reconstruya el templo en un futuro no muy lejano. Una vez que Jesús vino, Dios ya no necesita un lugar para habitar, pues está siempre con todos nosotros. No deberíamos preocuparnos de las cosas materiales, pues todo, antes o después, desaparecerá. Deberíamos ocuparnos más de nuestra alma, templo del Espíritu Santo.

    Mucha gente ha profetizado el final de los tiempos, y estamos todavía por aquí vivitos y coleando. No debería preocuparnos. Algunos de los primeros cristianos dejaron de trabajar pues pensaban que el final estaba al caer. Esto nos recuerda que todo lo que hacemos tendrá un final. A todos nos gustaría dejar algo detrás que siga para siempre, pero la historia nos enseña que es imposible. Todo al final se destruye. Lo que perdura para siempre es lo que está en la otra vida, cuando habrá un nuevo cielo y una nueva tierra. Eso nos ayuda a fijar nuestros ojos en el velo que separa el tiempo de la eternidad.

    La segunda venida de Cristo resulta menos temible. Después de unos signos majestuosos, Jesús aparecerá de vuelta entre las nubes del cielo. Nos alegrará verlo retornar para juzgar a los vivos y a los muertos. Esto nos recuerda nuestro futuro encuentro con Jesús, cuando se haya terminado nuestra existencia terrena. Deberíamos estar listos, y una señal de que no lo estamos, es que todavía estamos aquí. Le pedimos a nuestra Madre Santa María, que nos acompañe en ese momento, pues así lo pedimos cada vez que recemos el Ave María: ruega por nosotros pecadores, ahora, y en la hora de nuestra muerte, amen.

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  • 32 Domingo C La resurrección de los muertos
    Nov 7 2025

    La resurrección de los muertos

    Hoy en el evangelio los Saduceos intentan cazar a Jesús con un argumento tonto, contra la resurrección de los muertos. Gracias a ellos vemos a Jesús defendiendo esta verdad. A veces Jesús hace lo mismo con nosotros: nos da una lección a través de nuestra soberbia o egoísmo. Aunque cuesta un poco difícil de creer, los cristianos creemos que al final de los tiempos nos reuniremos con nuestros cuerpos. No sabemos muy bien cómo será, pero será nuestro cuerpo actual, glorioso o condenado. Es una manifestación de la importancia de nuestros cuerpos: nos hacen ser lo que somos. No son solo una caja o una cárcel donde nuestras almas están encerradas. Han sido creados por Dios para estar siempre unidos con nuestras almas en la eternidad. Esta realidad tiene tres consecuencias importantes.

    Primero: nuestros cuerpos son muy buenos. Ama a tu cuerpo, cuídalo, dale gracias a Dios por el cuerpo que te ha dado. Hay mucha gente hoy en día que odia a su cuerpo y lo quiere cambiar. Viene de una visión equivocada que intenta separar el alma del cuerpo, con dos extremos: uno que dice que lo material es malo y que lo importante es lo espiritual; otra que dice que yo soy solo mi cuerpo y que puedo hacer con él lo que quiera. Lo que hacemos con nuestros cuerpos afectan nuestras almas y al revés. No se pueden separar. Si tomas drogas te adicionas a ellas. Si intentas cambiar de sexo lo complicas todo. Si haces el amor con cualquiera tu corazón se divide. Si dejas que la gula te venza, engordas. No se puede separar el alma del cuerpo: solo la muerte lo consigue. El alma existe informando todo nuestro cuerpo.

    Segundo: nuestro cuerpo tiene una dignidad inmensa. San Pablo nos recuerda que somos templos del Espíritu Santo. Jesús tomó un cuerpo humano. Así debemos tratar nuestro cuerpo con respeto, lo cuidamos, lo honoramos, lo celebramos y lo enterramos. Durante los funerales lo rociamos con agua bendita y lo incensamos. Guardamos las cenizas en un lugar digno para rezar por nuestros familiares y amigos. Los ateos lanzan las cenizas al mar, para que se las coman los peces. Para ellos todo se ha acabado; para nosotros es un tiempo de espera. Veneramos las reliquias de los santos pues nos recuerdan de su presencia.

    Tercero: somos nuestro cuerpo. Sin él no somos nada. Nuestro cuerpo nos hace ser lo que somos, hombres o mujeres. Nuestra identidad sexual no depende de cómo sintamos. De alguna manera nuestra alma tiene un sexo masculino o femenino. Nuestro cuerpo nos identifica, ocupando un lugar en el espacio y nos ayuda a relacionarnos con los demás. Contemplamos la realidad desde dentro de nuestro cuerpo. No podemos abandonarlo; tenemos que llevarlo a cuestas con nosotros, como las tortugas. Por mucho que lo intentemos, no podremos conseguir bajar nuestra alma espiritual en un disco duro.

    La gente hoy en día niega estas realidades, fundamentalmente para justificar sus vicios o pasiones. La teoría del género destruye la antropología cristiana. En el siglo veinte asistimos a la lucha entre el bien común y la propiedad privada. Ahora es entre el sexo y el género. Como dice Cristopher West, tú eres insustituible, indispensable, irrepetible: se lo que eres. Ante Dios somos únicos.

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  • Todos los Santos
    Oct 30 2025

    Todos los Santos

    Una vez al año la Iglesia como buena madre se acuerda de nuestros hermanos que ya han entrado en la eternidad. En el primer día del mes los santos que están en el cielo; en el segundo, las almas del purgatorio. Se dice que hay unos diez mil santos canonizados por la Iglesia. Pero es imposible cuantificar todos los santos del cielo. No tenemos tiempo para canonizar a toda persona que entra en el paraíso: son millones. Los llamamos santos anónimos, que significa sin nombres, aunque para Dios todos tenemos un nombre escondido. Esperemos que un día esa será nuestra fiesta. Hoy es la fiesta más importante en el cielo por el número de santos que celebramos su dies natalis, su nacimiento a la vida eterna.

    El recuerdo de los santos nos ayuda a levantar nuestros ojos hacia el cielo. A ellos no les afecta, pues ya están inmersos en Dios y no les hacen falta nuestras oraciones. Nosotros sí que necesitamos su ejemplo, su modelo de vida, inspiración e intercesión. No se trata de copiarlos, porque cada persona es única, sino para convencernos de que podemos ir al cielo, de que Dios nos quiere consigo y de que tenemos las gracias necesarias para conseguirlo.

    ¿Qué es la santidad? No implica ser perfectos. Significa que cuando morimos, vamos derechos al cielo. Es imposible ser perfectos, pero podemos llegar al paraíso gracias a la ayuda de Dios. Todos tenemos la sensación de que si morimos ahora quizá podamos colarnos en el purgatorio. Entonces, ¿Cómo podemos pretender el cielo? Con la misericordia de Dios; es tan potente que nos puede hacer completamente limpios. Y ahí está para alcanzarla. Hoy la Iglesia nos quiere recordar que hemos sido creados para estar con Dios para siempre. Es bueno recordar la famosa pregunta que se hizo San Ignacio de Loyola, cuando leía las vidas de santos y experimentaba una paz maravillosa en su alma: Si ellos pudieron, ¿Por qué no yo? El demonio nos quiere desanimar y convencernos que es casi imposible llegar al cielo.

    Un día la hermana de Santo Tomás de Aquino le formuló una pregunta difícil, quizá la más importante para nuestra vida, la misma que le hizo el joven rico a Jesús: ¿Qué debemos hacer para llegar al cielo? Santo Tomás, que era un hombre de pocas palabras, siempre preciso en sus explicaciones, respondió con una palabra: Quererlo. Es cuestión de deseo. Dios nos abrirá la puerta si lo queremos de verdad, si la empujamos con nuestra lucha y ambición.

    Santa Josefina Bakhita al final de su vida expresó de una manera bien bonita el deseo que todos tenemos: “Viajo muy despacio, pasito a pasito, porque llevo conmigo dos maletas bien grandes. Una, llena de mis pecados, y la otra, más pesada, con los méritos de Jesucristo. Cuando llegue al cielo, abriré las dos maletas y le diré a Dios: Padre eterno, ahora me puedes juzgar. Y le diré a San Pedro: cierra la puerta, porque aquí me quedo.”

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  • 31 Domingo C Zaqueo
    Oct 29 2025

    Zaqueo

    Tres obstáculos impedían a Zaqueo el ver a Jesús. Parecían imposibles de saltar, pero porque realmente quería verlo, desaparecieron uno detrás del otro. También nosotros nos encontramos con dificultades para descubrir a Dios, pero si queremos las podemos resolver. Podemos saltarlas una a una. Todo hombre tiene en su interior un deseo de ver a Dios, una sed de felicidad que solo lo infinito lo puede saciar. Estamos inquietos, intranquilos, hasta que alcancemos el destino para el cual hemos sido creados.

    Zaqueo era tan bajo de estatura que la muchedumbre le impedía ver a Jesús. La gente pequeña tiene normalmente una voluntad de acero, pues tienen que aprender a empujar, defenderse, y saltar para alcanzar lo que desean. Nosotros también somos pequeños delante de Dios. Aunque vivamos una vida virtual en los medios sociales, antes o después nos tropezamos con nuestra pequeñez. Sin Dios somos unas personas inseguras, de baja autoestima, no nos gustamos, buscamos atención y nos escondemos detrás de toda clase de adicciones que solo sirven para cavar nuestro agujero más profundo, y eventualmente auto destruirnos. Nos hemos olvidado de lo que los teólogos llaman amor de predilección: Dios nos ama, no porque seamos buenos, sino que somos buenos porque Dios nos ama. Su amor viene primero, independientemente de cómo nos comportamos, de cómo pensamos o qué es lo que hacemos. Hemos sido creados por Él: somos sus criaturas. Y los cristianos somos sus hijos. Tenemos que concentrarnos más en el amor que Dios nos tiene, y dejar de compararnos con los demás.

    La muchedumbre era inmensa. Todo el mundo quería ver a Jesús. Y porque tenían envidia de Zaqueo por sus riquezas, se pusieron delante de él para que no lo viera. Lo vieron corriendo de arriba abajo siguiendo la línea de gente, y estos se estiraban para que no pudiera ver. El obstáculo más grande para Zaqueo eran sus riquezas, no le dejaban ver, eran como un muro delante de él. Una vez se concentró en Jesús, las paredes se difuminaron. También nos ocurre lo mismo a nosotros: el mundo, las cosas, la gente, las pantallas, no nos dejan ver a Jesús. Son árboles no nos dejan ver el bosque. Una vez nos fijamos en Jesús, todo desaparece.

    El tercer obstáculo para Zaqueo fueron los respetos humanos, la vergüenza de perder su fama y prestigio. Para vencerlo tuvo que subirse a un árbol en frente de todo el mundo. Aunque iba vestido con ropas lujosas, se alzó a una rama como un mono. Eso demostró a Jesús de que realmente lo quería ver. Hay siempre en nuestras vidas un árbol por el que subirnos y ver a Jesús. Debemos hallarlo y demostrarle que queremos encontrarnos con él.

    Jesús le dijo a Zaqueo que se bajara del árbol, que ya no hacía falta que se comportara como un animal: quiero venir a tu casa. Dio la mitad de sus bienes a los pobres abriendo su vida al Señor. También Jesús quiere entrar en nuestras vidas. Pero para eso debemos desprendernos de unas cuantas cosas y dárselas a los pobres.

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  • 30 Domingo C Parábola del Fariseo y el Publicano
    Oct 22 2025

    Parábola del Fariseo y el Publicano

    Cuando leemos esta parábola, pensamos que somos el Publicano. No pensamos que seamos el Fariseo, y nos equivocamos. Nos sentamos en el primer banco de la iglesia pensando que ese es nuestro lugar. Repasamos la lista de favores que hemos hecho a Dios. Esperamos que Dios nos felicite por nuestras buenas obras. Somos soberbios y arrogantes y no nos vemos como somos. Deberíamos arrodillarnos en el último banco, mirando al suelo, pidiendo perdón por nuestras ofensas, golpeando nuestro pecho para ver si podemos ablandar nuestro corazón.

    El mundo moderno se ha quitado a Dios de encima. Si todavía creemos que existe, lo hemos bajado a nuestro nivel. Por la ley del péndulo, hemos pasado de un Dios todopoderoso y justiciero, a un Dios de peluche, un hombre viejo con una barba blanca sentado en una nube, somnoliento, desinteresado de nuestras cosas. No es posible parar el péndulo en el medio; sigue moviéndose. Es imposible hacernos una idea verdadera de Dios.

    En la parábola de hoy Jesús nos enseña que nuestra oración debe fluir de un corazón humilde. Lo hace contraponiendo dos figuras conocidas por los judíos de entonces: un fariseo, maestro de la ley, respetado y admirado; y un publicano, despreciado y maltratado, porque recaudaba los impuestos para los romanos. Al contraponerlos, uno bueno y el otro malo, dependiendo de su oración, Jesús consigue la reacción contraria. Los dos van al templo a rezar, pero sólo uno vuelve justificado.

    Lo que Jesús nos pide hoy es que miremos a nuestros corazones, donde solo Dios tiene entrada. ¿Qué es lo que nos mueve, cuales son nuestros más profundos deseos, que realmente adoramos? No es fácil, pues no nos gusta examinar nuestra alma. ¿Qué guardamos ahí? ¿Hay lugar para Dios? Hoy es un buen día para abrir las ventanas de nuestra alma, encender todas las luces y dejar entrar a Jesús para ver juntos que es lo que tenemos dentro.

    Al principio de la Misa, durante el rito penitencial, hacemos un acto de contrición, para pedir perdón de nuestros pecados, como el publicano, golpeando nuestro pecho tres veces, para abrirlo a la gracia de Dios. San Agustín dice que es “para traer a la luz lo que está oculto y así lavar nuestros pecados escondidos.” San Jerónimo comenta que “sacudimos nuestro pecho porque es el lugar de nuestros malos deseos y así queremos purificar nuestros corazones.” Deberíamos escuchar los sonidos de nuestro pecho, golpeándolo con fuerza, sin miedo a romper algunas costillas. Para abrir el corazón para que Jesús entre y tome posesión. O para obtener un trasplante de corazón, como San Catalina de Siena, que Jesús le reemplazó su corazón con el suyo.

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  • 29 Domingo C Parábola del juez injusto
    Oct 16 2025

    Parábola del juez injusto

    Aunque la parábola de hoy se centra en la actitud del juez injusto, en su falta de temor de Dios y en su indiferencia ante la injusticia, esta debería llamarse la parábola de la viuda tozuda o perseverante, porque ella es la verdadera protagonista, la que al final vence y logra que se le haga justicia. Ella es un modelo ante la injusticia y la indiferencia. Nos enseña a como reaccionar cuando nos encontramos en situaciones imposibles: perseverar en la oración.

    En la primera lectura de la Misa vemos como Moisés observa el combate de Joshua contra Amalec. Mientras sus brazos se mantienen en alto, los israelitas ganan la batalla; cuando se cansa y los baja, comienzan a perder. Podemos imaginarnos la responsabilidad de Moisés, de mantener sus brazos alzados, pues las vidas de su gente estaban en peligro. Lo mismo nos ocurre a nosotros. Cuando paramos de rezar, el demonio se hace más fuerte; cuando perseveramos en la oración, la fe de la Iglesia se fortalece. Las almas de los demás están de alguna manera conectadas a nuestra vida de oración, especialmente de la gente más cercana a nosotros. Esto nos enseña a mantener nuestros brazos levantados en oración, pues tenemos la responsabilidad de mantener a los demás con nuestro esfuerzo. Los cristianos somos de una manera misteriosa, el alma del mundo. No podemos bajar nuestras defensas. Ayudamos a los demás con nuestra lucha, con nuestros sacrificios y con nuestro ejemplo.

    El evangelio dice expresamente que Jesús nos propuso esta parábola para enseñarnos la necesidad de orar siempre y no desfallecer. ¿Podemos rezar constantemente? En principio esto no es posible, pues no somos ángeles. San Agustín dice que orar es un ejercicio de deseo. Hemos sido creado para Dios y no descansaremos hasta que lo encontremos. Tenemos en nuestro corazón un anhelo de eternidad, de infinitud, de nuestro Creador, aunque muchas veces no sabemos cómo expresarlo. La oración busca las ascuas de las brasas escondidas en nuestro corazón, y las sopla para que se enciendan, y se conviertan en un incendio que queme todo el bosque de nuestros pecados. San Agustín dice que el deseo es nuestra oración, y que, si el deseo es constante, nuestra oración es duradera.

    La tradición oriental enseña la oración de Jesús, también llamada oración del corazón: Señor Jesucristo, Hijo de Dios, ten piedad de mí, pecador. Puede convertirse en parte de tu vida, a través de una repetición constante, como el latir del corazón, aprovechando la respiración. En la Iglesia occidental tenemos el Santo Rosario, una oración que puede ser rezada en cualquier lugar y tiempo. Muchos santos han conseguido su inmersión en Dios a través de ella.

    La sociedad moderna nos ha enseñado que podemos concentrarnos constantemente en una misma cosa: nuestros móviles. Están siempre en nuestras manos, sonando, clicando, llamando, recibiendo mensajes, tomando fotos, hablándonos, utilizando aplicaciones. Exigen nuestra atención constante, como los bebés. Las grandes y potentes empresas tecnológicas diseñan estrategias para que estemos todo el tiempo pegados a su pantalla. ¿Podemos hacer lo mismo con Dios? La oración nos ayuda a conectar con Él; es gratis y no hace falta ningún artilugio. Utilizamos nuestro corazón para conectar con la eternidad y la infinitud.

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  • 28 Domingo C Diez leprosos
    Oct 9 2025

    Diez leprosos

    En la antigüedad la lepra era una maldición. Llamaban a los leprosos muertos vivientes. El cuerpo se iba muriendo despacio en frente de todo el mundo. Por miedo al contagio, los leprosos eran apartados de la sociedad, alejados del mundo civilizado, y veces enviados a una isla como Molokai. Tenían que ir sonando la campana gritando impuro, inmundo. Eran como zombis. Esa enfermedad se consideraba como un castigo de Dios. Tocados por el dedo divino, se comenzaba a manifestarse la corrupción de la tumba. Era una manera gráfica de tener la muerte presente ante tus ojos. Todos nosotros tenemos lepra en nuestra alma. No la vemos, pero la sentimos. Hemos perdido los ojos para ver, los oídos para oír, las piernas para andar. Estamos ciegos, sordos o paralíticos para las realidades espirituales. Necesitamos que Dios nos cure. Pero para eso, debemos reconocer nuestra lepra. ¿Cómo podemos ser curados sino aceptamos nuestra lepra?

    Un leproso se unió a la comunidad de leprosos y les contó acerca del nuevo profeta que hacía milagros. Abandonaron sus cuevas y se fueron en busca de él. La gente enferma siempre espera poder curarse. Nosotros también podemos curarnos de nuestra lepra, como Naamán el Sirio, que al lavarse site veces en el Jordán, su piel se volvió como la de un recién nacido. A veces no creemos que nos podemos curar de nuestros vicios o adicciones. Nos desanimamos y dejamos de buscar a Jesús.

    No sabemos cuánto tiempo les costó a los leprosos encontrar a Jesús. Tampoco sabemos cuánto tiempo tardará Dios en curarnos de nuestra lepra. Pero si no lo buscamos, no lo encontraremos y no podrá curarnos. Si le buscamos, lo encontraremos, como los leprosos, que al final lo encontraron. Si seguimos buscando, aunque no lo encontremos, Jesús saldrá a nuestro encuentro.

    A una distancia prudencial los leprosos gritaron: “Jesús, Maestro, ten piedad de nosotros.” Les dijo que se presentaran a los sacerdotes para certificar su curación. Los podía haber curado allí mismo, pero les pidió un poco de fe. Un poco desanimados, se pusieron en camino, no sabiendo mucho que hacer. Como nosotros, cuando Jesús nos dice: ve al sacerdote a confesarte. Vamos sin mucha convicción. Mientras iban, los leprosos se curaron. No se lo podían creer. Comenzaron a danzar de alegría. El samaritano les dijo que debían volver a dar gracias. Ellos dijeron que Jesús les había dicho que se presentaran a los sacerdotes. Querían volver a sus familias y amigos cuanto antes. Nos olvidamos fácilmente de lo que Dios ha hecho por nosotros.

    Solo el samaritano volvió para dar gracias. Jesús le preguntó decepcionado: ¿Dónde están los otros nueve? Los había contado. Esa pregunta sigue resonando a través del tiempo. Nos pregunta: ¿Vais a volver? ¿Qué somos, el samaritano o los otros nueve? No podemos decepcionarle. Cada vez que nos cura, debemos volver para dar gracias. Gratitud nos asegura más gracias.

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