Episodios

  • 27 Domingo C Auméntanos la fe
    Sep 30 2025

    Auméntanos la fe

    Hoy vamos a Jesús como sus apóstoles y le pedimos que nos aumente la fe. Como ellos, hemos experimentado el poder de Dios, hemos visto su gracia, pero sentimos que nuestra fe es débil. No somos capaces de hacer lo que Jesús nos pide, porque antes nos pide fe para que él actúe. Después de la Transfiguración, cuando bajaban de la montaña, Jesús se encuentra a los apóstoles intentando echar un demonio de un chico. No podían porque no tenían suficiente fe. El padre del chico le pidió a Jesús que le ayudara. Jesús le dijo que todo es posible para el que cree. Ese hombre, dándose cuenta de que la curación de su hijo dependía de su fe, nos enseñó una buena oración: creo, Señor, pero ayuda mi incredulidad.

    Cuatro hombres trajeron a Jesús su amigo para que lo curara. Durante todo el camino se quejó de que era una pérdida de tiempo. No podía hacer nada pues era paralítico. Cuando llegaron, la casa estaba llena de gente. No se desanimaron y abrieron un agujero en el techo. Así lo bajaron delante de Jesús. La gente podía ver sus caras a través del agujero. El evangelio dice que Jesús, viendo su fe, lo curó.

    Jesús no suele alabar a la gente. Sin embargo, le impresionó la fe del Centurión. Le dijo que con su palabra podía curar a su criado. Repetimos sus palabras cada día en la Misa: Señor, yo no soy digo de que entres en mi casa, pero una palabra tuya bastará para sanarme. Jesús dijo que no había encontrado esa fe en Israel. ¿Qué diría Jesús de nuestra fe?

    Jesús puso barro en los ojos de un ciego y le dijo que se fuera a lavarlos a la piscina de Siloé. Los podía haber curado allí mismo tocándolos, pero le pidió la fe de ir a donde le dijo. Los podía haber lavado en la fuente cercana, pero recuperó la vista después de lavarlos en la piscina de Siloé. El hombre con una mano seca había intentado millones de veces moverla sin resultado. Cuando Jesús le dijo que la moviera se curó. Si hubiera rehusado moverla, no se hubiera curado.

    ¿Qué tiene que hacer Jesús con nosotros? ¿Cuál es nuestra enfermedad? Quizá no vemos y tenemos que gritar como el ciego Bartimeo: Señor que vea. O como la mujer que tenía un flujo de sangre, tenemos que tocar la orla del manto de Jesús para curarnos. Debemos ir a la fuente de fe, donde el agua salta pura y limpia. Después de la consagración durante la Misa, es un buen momento para pedir fe, cuando Jesús aparece en el altar: auméntanos la fe.

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  • 26 Domingo C Parábola del rico Epulón y el pobre Lázaro
    Sep 23 2025

    Parábola del rico Epulón y el pobre Lázaro

    Todos somos los dos hombres de la parábola, aunque no nos guste, el hombre rico y el pobre Lázaro, con sus debilidades y cualidades, aspiraciones y deseos. Ambos viven vidas paralelas, relacionadas, aunque opuestas, en esta vida y en la otra, cruzándose en las encrucijadas de esta vida. Los primeros serán los últimos, y los últimos los primeros.

    El hombre rico no tiene nombre en el evangelio, aunque la tradición le llame Epulón, que significa hombre que come y se regala mucho. Las riquezas no te identifican, no te dicen quién eres, o de dónde vienes. Frente a Dios todos somos iguales; para él las cosas no tienen valor, no significan nada. Nacemos desnudos y nos vamos de esta vida sin nada en que podamos asirnos. Solo nos encontraremos allí lo que hayamos conseguido dar a los demás. No es importante lo que tienes o lo que has acumulado, sino quién eres, o que has llegado a ser. Las cosas no te hacen; solo lo que haces de ellas. Frente a Dios somos niños pequeños con juguetes en nuestras manos.

    Somos el rico Epulón. Podemos vivir una vida egoísta, sin darnos cuenta de que hay mucha gente cerca de nosotros con necesidades materiales y espirituales. Vivimos con las puertas de nuestro corazón cerradas, una vida centrada en nosotros mismos. No vemos la pobreza que nos rodea. Los perros lamen las heridas de Lázaro y no oímos sus ladridos. Jesús en el evangelio de hoy intenta darnos la vuelta como un calcetín, abrirnos los ojos para ver a los Lázaros que están afuera de nuestra puerta. El Papa Francisco dice que Lázaro representa el grito silencioso de los pobres de todos los tiempos. Están constantemente llamando a nuestra puerta. El Papa nos recuerda que ignorar a los pobres es desdeñar a Dios. Tenemos que ver a Jesús en el necesitado, despojado, destituido, indigente. Cada sintecho es Jesús mismo, aunque esté sucio, huela mal o se enfade contigo.

    Lázaro sin embargo tiene su nombre. La pobreza es real: afecta a personas concretas. La puedes identificar enseguida. Algunos autores dicen que Lázaro era una persona real en tiempos de Jesús, un pobre conocido, quizás sentado a la puerta del templo, ayudado por Jesús y sus apóstoles. Judas le hubiera dado dinero protestando, diciendo que era falso, o que iba a utilizar el dinero para comprarse drogas o bebidas.

    Nosotros somos Lázaro, sentados en el camino de la vida, mendigando la ayuda de Dios. Lázaro significa Dios asiste. Los ricos no necesitan de Dios. Lo tienen todo planeado, el futuro organizado. Solo son felices cuando consiguen más dinero. Los países ricos abandonan a Dios y los pobres. En vez de construir catedrales para llegar a Dios, construyen estadios, museos, estaciones, aeropuertos, para contemplarse a si mismos, edificios sin alma. Benditos los pobres de espíritu porque ellos verán a Dios. Si somos Lázaro en esta vida, en la otra seremos ricos espiritualmente, disfrutando la vida infinita de Dios, como lo hacen los santos y los ángeles. La austeridad de esta vida se transforma en la abundancia de Dios.

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  • 25 Domingo C Parábola del administrador infiel
    Sep 18 2025

    Parábola del administrador infiel

    Esta parábola tiene que ver con la administración de bienes. Dios nos ha dado unos bienes y Jesús nos pide hoy que nos examinemos para ver cómo los estamos administrando. Estamos a su servicio y podríamos ser un poco perezosos o indiferentes. No importa mucho que nuestro campo sea grande o pequeño. Lo importante es como lo estemos gestionando y si estamos dando buena cuenta de él. El amo ensalzó al administrador infiel por su prudencia y astucia. San Agustín dice que Jesús propuso esta parábola, no para alabarle, sino para que tengamos un ojo en el futuro. Deberíamos tener la determinación del administrador para asegurarnos el premio eterno. No podemos olvidar que estamos de paso y que lo que importa es la eternidad.

    El administrador era un hombre listo y apañado. Lo imagino bien vestido, elegante y con clase. Jesús se queja de que “los hijos de este mundo son más sagaces en los suyo que los hijos de la luz.” Conocemos a mucha gente que pone mucho tiempo y esfuerzo en las cosas de este mundo. Hacen inmensos sacrificios para conseguir riquezas, poder u honores. Nosotros deberíamos poner el mismo esfuerzo en nuestro servicio a Dios. San Josemaría comenta del afán que ponen los hombres en sus asuntos terrenos: “cuando tú y yo pongamos el mismo afán en los asuntos de nuestra alma, tendremos una fe viva y operativa.”

    “Quien es fiel en lo poco también es fiel en lo mucho; y quien es injusto en lo poco también es injusto en lo mucho.” Si comparamos las cosas de este mundo con las de la otra vida, sabemos que nuestros sacrificios son nada comparados con el premio prometido. Como no vemos la tierra prometida, nos cuesta comparar. La realidad es que todo lo que tenemos es un don de Dios y antes o después deberemos dar cuenta de ello.

    Lo que está detrás de esta parábola es un defecto muy humano: la pereza. No somos buenos administradores de los bienes de Dios porque somos perezosos. Es un vicio escondido del que no nos confesamos con frecuencia, pero que nos afecta a todos, de alguna manera u otra. Hacemos lo que no deberíamos hacer y no hacemos lo que nos toca. Podemos ser muy activos en cosas que no son importantes.

    “Ningún criado puede servir a dos señores, porque o tendrá aversión a uno y amor al otro, o prestará su adhesión al primero y menospreciará al segundo.” Dicen que solo podemos tener un señor, que no podemos ser esquizofrénicos. “No podéis servir a Dios y a las riquezas.” No podemos dejar que el dinero sea nuestro dios, o que el fin de nuestra vida sea acumular riquezas. El profeta Amos en la primera lectura carga contra los que explotan a los pobres. No podemos olvidarlos. Deberíamos ayudarlos con los bienes que Dios nos ha dado.

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  • 24 Domingo C Parábolas de la oveja y la moneda perdida
    Sep 11 2025

    Parábolas de la oveja y la moneda perdida

    Jesús atraía a los pecadores y los fariseos se quejaban de ello. Los pecadores seguimos a Jesús porque nos ofrece una oportunidad de dejar detrás nuestra vida pasada. Lo necesitamos; sin él no somos nada. Cuanto más débiles nos vemos, más nos atrae Jesús. Como un imán, que cuanto más cerca está del hierro, más difícil es separarlo. Nuestro mundo ha perdido el sentido del pecado y así ha perdido la atracción hacia Dios. Nuestra sociedad se mueve alrededor de si misma sin una fuerza gravitacional que la estabilice, como la luna, que, si no se moviera alrededor de la tierra, sería destruida por el sol. La falta de Dios es como un agujero negro que chupa todo dentro de un vacío sin nada.

    Esta queja de los fariseos dio a Jesús la oportunidad para darnos esas parábolas de la misericordia de Dios. En el mundo roto que vivimos, el perdón de Dios es muy importante. Cuando le preguntaron a Juan Pablo II que es lo que le había impresionado más de Dios contestó: “su infinita misericordia.” Dios dijo a Santa Catalina de Siena: “La misericordia es el atributo que más prefiero. Por el amor incomprensible que siento por el hombre, envié a la Palabra, mi único Hijo. Es como un puente entre el cielo y la tierra, uniendo ambas naturalezas, la divina y la humana.”

    Se podría describir el Pontificado de Francisco con una palabra: misericordia. Declaró el 2015 como año de la misericordia. Escribió un libro titulado: El nombre de Dios es Misericordia. Dice que la misericordia es el primer atributo de Dios. Nos recuerda “que no hay situaciones de las que no podemos salir, no estamos condenados a unas arenas movedizas. Dios no quiere que nadie se pierda. Su misericordia es infinitamente más grande que nuestros pecados.” Santa Teresita del Niño Jesús encontró una debilidad en Dios: “Es ciego e ignora las matemáticas. No sabe sumar.”

    Hoy Jesús nos da dos parábolas muy similares. Ambas representan las mismas acciones: perder, buscar, encontrar y alegrarse. Esta es nuestra historia: perdiéndonos constantemente, Dios saliendo en nuestra búsqueda, encontrándonos si le dejamos, devolviéndonos al redil, regocijándose con los ángeles y santos, y elevándonos a un nivel superior. Cada vez que nos encuentra, en vez de castigarnos, nos trae más cerca de él. Dios utiliza nuestros pecados para levantarnos, enriquecernos y cubrir nuestra desnudez con sus gracias.

    Cada parábola acentúa un aspecto diferente. En la oveja perdida, Jesús aparece como el Buen Pastor, que nos lleva en sus hombros. Es la representación más antigua que tenemos de él en las catacumbas. Nos enseña que está dispuesto a dejar las otras 99 ovejas para encontrarnos. Jesús no se desanima nunca. Dale la alegría de encontrarte. Sólo si tu no quieres, no podrá devolverte al rebaño. La parábola de la moneda perdida nos muestra la importancia de nuestra alma. Somos únicos a los ojos de Dios. De la misma manera que las monedas antiguas representaban la imagen del emperador, así tenemos grabada la imagen de Dios en nuestra alma. Deberíamos mantenerla limpia y reluciente.

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  • 23 Domingo C Condiciones para seguir a Jesús
    Sep 5 2025

    Condiciones para seguir a Jesús

    Hoy en el evangelio Jesús se pone serio. Mira a la gente que le sigue y se da cuenta que muchos de ellos están ahí por razones humanas. Le seguían porque querían ver milagros, ser alimentados con unos buenos bocadillos de pan y pez, porque hablaba muy bien, porque se metía con los fariseos, defendía a los pobres, o porque se podía convertir en un líder político. Lo mismo ocurre con nosotros. Le seguimos porque nos encontramos bien, porque es lo que hay que hacer o por lo que los demás dirán de nosotros. Jesús emplea un lenguaje fuerte: para amarle hay que odiar todo lo demás. Algunos autores tratan de suavizar su expresión, pero Jesús quería subrayar este punto: o estamos con él o contra él.

    Lo que dice hoy tiene relación con él y con nosotros. Otras religiones tienen mensajes diferentes. La mayoría de los líderes religiosos, Buda, Mahoma, Confucio o Lutero, nos dieron unas ideas para seguir, una doctrina para creer, pero no nos pidieron que los amaramos. Solo Jesús exige un amor total. Su reivindicación es muy fuerte, una que no permite medias tintas: sino me amas más que a todas las demás cosas, no puedes ser mi discípulo. Jesús, o está en la verdad, o está loco; o es el Hijo de Dios, o es un charlatán.

    Ante lo que dice, debemos hacer una elección. Si es verdad lo que dice, todo lo demás debería pasar a un segundo plano. Y sabemos que es verdad lo que enseña. Hemos sido creados para él, y hemos experimentado que, sólo siguiéndole, somos verdaderamente felices, que él es el único que puede llenar los deseos de nuestra alma. Para ponerle en primer lugar, tenemos que reconocer que hay entre Jesús y nosotros. No es fácil ser sinceros. Hay cosas en nuestras vidas que no pertenecen a Jesús, y poco a poco, a través de un examen de conciencia, deberíamos descubrirlas y traerlas a Jesús, o si hace falta, desembarazarnos de ellas. Deberíamos rechazar todo lo que no nos deja acercarnos al Señor.

    Tenemos los ejemplos de los santos, que consiguieron vencer la guerra contra ellos mismos. San Francisco de Asís dependía mucho de su padre; le devolvió todo, hasta sus vestidos, quedándose desnudo en frente de todo el mundo. Santo Tomas de Aquino tuvo que luchar contra su familia que no quería que fuera dominico; lo encerraron en un castillo por un año hasta que pudo escapar. Santa Catalina de Siena no quería casarse con el marido que su madre había preparado para ella; se cortó su preciosa cabellera y el futuro marido no quiso casarse con una mujer pelada. San Antonio vendió todas las posesiones que tenía cuando murieron sus padres; estaba apegado a ellas, y gracias a su generosidad se convirtió en el padre de los padres del desierto. San Maximiliano Kolbe cambió su lugar por otro que iba a ser ejecutado en Auschwitz; dio su ida por él, como hizo Jesús con nosotros.

    No hace falta que lleguemos a estos extremos, pero si que hay cosas en nuestras vidas que no perteneces a Jesús. Le pedimos a nuestra madre Santa María que nos ayude a quitárnoslas de encima.

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  • 22 Domingo C Parábola de los primeros lugares
    Aug 27 2025

    La parábola de los primeros lugares

    Hoy vemos a Jesús comiendo en casa de un fariseo. Aprovecha las comidas para hablar con la gente y transmitir sus enseñanzas. Es importante sentarse a la mesa con nuestros familiares y amigos para pasar el tiempo juntos. Hoy en día la gente gasta el tiempo principalmente con sus pantallas, en vez de relacionarse con otros. Jesús aprovecha esos momentos para dar lecciones, en este caso una lección de humildad. Se dio cuenta de cómo la gente tomaba los mejores sitios y nos transmitió una parábola.

    La lección de hoy es muy práctica. Sus apóstoles vieron con sus propios ojos lo que les intentaba transmitir. Es normal que cuando vamos al cine a ver una película, a un estadio para asistir a un partido, o a un concierto de música, busquemos los mejores sitios para oír y para ver mejor. A Jesús le preocupaba más nuestra soberbia, que nos empuja a intentar ser los primeros. Ese fue el pecado de nuestros primeros padres, Adán y Eva, que se pusieron delante de Dios. Dicen que nuestra soberbia muere 24 horas después de muertos.

    En los antiguos libros de Teología Moral, los autores solían dibujar un edificio espiritual. Cada uno tenía sus teorías y diseñaba el edificio a su manera, con las puertas de la fe, esperanza y caridad, con las ventanas de las cuatro virtudes cardinales, las habitaciones de los siete dones del Espíritu Santo, y demás elementos. Todos ellos ponían como fundamento del edificio la humildad. Sin ella, toda la estructura espiritual se viene abajo. Sin humildad, antes o después el edificio se desmorona o se derrumba.

    Debemos reconocer que somos soberbios y que normalmente nos ponemos nosotros delante de Dios y de los demás. Es difícil aceptar nuestra nada. Es más fácil hacerlo si nos comparamos con Dios: él lo es todo y nosotros somos nada. Todo lo que tenemos viene de él. Solo tenemos nuestros buenos deseos y nuestros pecados. Si vemos a Dios como Padre, es más fácil vernos a nosotros como niños.

    Un joven fue a ver a un hombre santo y le preguntó cómo llegar a ser humildes: “Encuentra a alguien que sea más humilde que tú y haz algo por él.” Se fue, encontró un mendigo y lo invitó a comer. Se sintió mejor y se fue a ver al santo: “¿Soy ahora humilde?” El hombre santo respondió: “No, encuentra otra persona más humilde que tú y haz algo por él.” El joven se enfadó y le preguntó: “¿Cuántas veces tengo que hacerlo? ¿100 veces?” “Hasta que no encuentres nadie más humilde que tú.” Alguien dijo que Jesús tomó el último lugar en la tierra y nadie se lo puede quitar. Murió en la cruz por nosotros, un lugar reservado para los criminales. Si queremos estar más cerca de Jesús, tenemos que abajarnos a su nivel. Cuanto más bajos, más cerca. El beato Álvaro solía decir de la Virgen María: “Convencida de su pequeñez, nada la distraía de Dios.” Si hay alguien que podría ser orgullosa es ella. No hay nadie que posea más talentos y cualidades. Gente con muchas perfecciones viven en un pedestal y nos miran desde arriba hacia abajo. Con nuestra madre, pasa lo contrario; no hay nadie más accesible que ella. Porque no hay nada que la separe de Dios.

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  • 21 Domingo C La puerta angosta
    Aug 21 2025

    La puerta angosta

    Hoy en el evangelio vemos a Jesús que mientras iba caminando hacia Jerusalén, un hombre se le acerca y le hace una pregunta importante: “¿Son pocos los que salvan?” Todavía hoy seguimos debatiendo esa cuestión. Es algo que nos interesa a todos. ¿Cuántos se salvan? ¿Está vacío el infierno? Es parte de nuestra fe: todos necesitamos ser salvados. Sabemos que tenemos las gracias necesarias para ir al cielo. San Pablo dice que Dios desea que todos se salven.

    Jesús no respondió a la pregunta directamente. Nos dijo: “Esforzaos para entrar por la puerta angosta.” Nos envió la pelota de vuelta. Es nuestro problema. La puerta angosta es una buena comparación, una imagen bien gráfica. San Mateo nos explica un poco más de cómo es esa puerta: “amplia es la puerta y ancho el camino que conduce a la perdición, y son muchos los que entran por ella. ¡Que angosta es la puerta y estrecho el camino que conduce a la vida, y que pocos son los que la encuentran!” En esta vida hay dos caminos para transitar: uno va para abajo, y es ancho y fácil de seguir; el otro va para arriba, y es estrecho y difícil de encontrarlo.

    Esto nos dice que el cielo hay que ganarlo por fuerza, levantándose por las mañanas, luchando cada día un poquito, comenzando y recomenzando una y otra vez. ¿Crees que, tomándonos la vida con filosofía, llevando una vida fácil, andando a paso de tortuga, vamos a ganarnos el cielo? Hoy es un buen día para cambiar de marcha, apretar el acelerador, y tomarnos la fe más en serio. Jesús ha muerto por nosotros. ¿Qué hacemos por él? No es fácil saber cuánto esfuerzo debemos poner. O nos obsesionamos o pasamos de todo. Es difícil encontrar el punto medio. Los santos han sabido hacerlo. Todo depende de nuestro amor a Dios. Él no nos va a pedir algo que no podemos hacer. Si somos un poco débiles, debemos esforzarnos más. Si somos más bien estrictos, debemos ser más transigentes.

    La puerta angosta se abre a un maravilloso banquete nupcial. A Jesús le encanta hablar del banquete de bodas, pues él es el novio y nosotros somos la novia. Jesús nos dice lo que hay que hacer para poder entrar: “No todo el que me dice Señor, Señor, entrará en el Reino de los Cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre, que está en los cielos.” Todos estamos invitados. El problema es que no hay muchos que quieren entrar. Esto nos lleva a la cuestión de cuanta gente se condena. El buen Jesús nos habla del infierno: “allí habrá llanto y rechinar de dientes.” Nos advierte del castigo porque no quiere que vayamos ahí. Lo importante es que tengamos los ojos fijados en el cielo. Cuando mantenemos la vista alta, el camino no es tan difícil, y las alegrías de la eternidad nos ayudan a sobrellevar las pequeñas cruces. Los mártires soportaron los suplicios con alegría, porque ya podían ver la meta.

    Jesús acaba el evangelio de hoy con una paradoja: “hay últimos que serán primeros, y primeros que serán últimos.” Imagina una carrera en que el último es el que gana; todos correrían hacia atrás. Muchos famosos de hoy en día acabarán en último lugar. No deberíamos tenerlos envidia. Quizá el mendigo de la esquina estará más arriba que nosotros. Tenemos que estar contentos con el camino que Dios ha preparado para nosotros. Es el que mejor se adapta a nuestras circunstancias. Todo lo que tenemos que hacer es seguirlo.

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  • 20 Domingo C Fuego he venido a traer
    Aug 16 2025

    Fuego he venido a traer a la tierra

    Hoy Jesús nos dice en el evangelio: “Fuego he venido a traer a la tierra, y ¿qué quiero sino que arda.” En la Biblia el fuego se utiliza como símbolo para describir el amor ardiente de Dios por nosotros. Ese amor divino es lo que hizo que la Palabra se hiciera hombre: tanto ha amado Dios al mundo que nos dio a su Hijo único. Jesús nos dio su vida por nosotros en la cruz: no hay mayor amor en el hombre, que dar su vida por sus amigos. Experimentamos su amor en la Eucaristía, cuando lo encontramos en el pan de vida. Santa Teresa de Jesús cuenta que una vez, cuando viajaba por España para comenzar un nuevo convento, durante el mes de enero, hacía mucho frio y estaba lloviendo. Ella estaba enferma, viajaba en una carreta, y los caminos estaban llenos de barro. Se quejó a Jesús. Este le respondió: Teresa, no te preocupes del frio. Yo soy el calor verdadero.

    De las tres virtudes teologales, solo la caridad permanece en la otra vida. La fe es la puerta, la esperanza nos empuja a entrar, pero es el amor lo que traemos con nosotros al otro lado. El amor permanece para siempre. Nuestro amor a Dios es una reflexión del amor que él tiene por nosotros. Cuando muramos, experimentaremos de lleno el fuego del amor de Dios. Aquí en la tierra no estamos preparados para disfrutarlo. Por eso Dios no suele aparecerse a las personas; sino desapareceríamos consumados por su fuego. Debemos transformarnos aquí en la tierra para poder confrontarlo, a través de la gracia y de nuestro esfuerzo personal. Benedicto XVI dice que el mismo amor de Dios, consume a las almas en el infierno, las purifica en el purgatorio, y las inflama en el cielo.

    Para que un fuego siga quemando y no se extinga, necesita ser atendido. Hay que echar leña constantemente. Lo mismo ocurre con el amor humano. Si no respetas a la otra persona, si la tomas sin consideración, la llama se puede extinguir. Para mantener el amor, hay que echar al fuego cada día un poco de nuestro egoísmo, de nuestro orgullo, de nuestra vanidad, de nuestra sensualidad. Nuestro amor a Dios tiene que crecer, y pasar de una pequeña llama a un fuego que arde el bosque, que quema todo lo que encuentra a su paso. Jesús causa contradicción por donde pasa. No nos podemos quedar indiferentes a su paso. El fuego de su amor es infinito, poderoso, incontenible, y se extiende a todo lo que toca. Eso es lo que han hecho los santos: inflamar a los demás con el amor divino.

    La Biblia nos recuerda que Dios es Amor. Él nos ha amado primero. Él es la causa de que estemos aquí. Quiere que le amemos, que le correspondamos a su amor por nosotros. Nos quiere a cada uno de nosotros personalmente. Somos únicos para él. No se olvida de nosotros. Nunca ha dejado de querernos. Su amor es incondicional. Y todo eso porque nos ha creado.

    El Cura de Ars decía que para ser santo uno tiene que ser medio loco. San Josemaría decía de sí mismo que era un loco por el amor a Dios. Los parientes de Jesús le tomaron por loco. En el día de Pentecostés, la gente pensó que los apóstoles estaban borrachos, después de estar llenos del Espíritu Santo. A san Francisco le llamaban el loco de Asís. Cuanto más santo seas, más gente pensará que tendrían que meterte en un manicomio. Dios está loco por nosotros. Vamos a pensar que podemos hacer para que nuestro amor de Dios aumente. Si estamos fríos, nuestra Madre Santa María puede soplar las brasas de nuestro amor.

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