Homilías de cuatro minutos Podcast Por Joseph Pich arte de portada

Homilías de cuatro minutos

Homilías de cuatro minutos

De: Joseph Pich
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Homilías cortas del domingo© 2025 Homilías de cuatro minutos Cristianismo Espiritualidad Ministerio y Evangelismo
Episodios
  • 27 Domingo C Auméntanos la fe
    Sep 30 2025

    Auméntanos la fe

    Hoy vamos a Jesús como sus apóstoles y le pedimos que nos aumente la fe. Como ellos, hemos experimentado el poder de Dios, hemos visto su gracia, pero sentimos que nuestra fe es débil. No somos capaces de hacer lo que Jesús nos pide, porque antes nos pide fe para que él actúe. Después de la Transfiguración, cuando bajaban de la montaña, Jesús se encuentra a los apóstoles intentando echar un demonio de un chico. No podían porque no tenían suficiente fe. El padre del chico le pidió a Jesús que le ayudara. Jesús le dijo que todo es posible para el que cree. Ese hombre, dándose cuenta de que la curación de su hijo dependía de su fe, nos enseñó una buena oración: creo, Señor, pero ayuda mi incredulidad.

    Cuatro hombres trajeron a Jesús su amigo para que lo curara. Durante todo el camino se quejó de que era una pérdida de tiempo. No podía hacer nada pues era paralítico. Cuando llegaron, la casa estaba llena de gente. No se desanimaron y abrieron un agujero en el techo. Así lo bajaron delante de Jesús. La gente podía ver sus caras a través del agujero. El evangelio dice que Jesús, viendo su fe, lo curó.

    Jesús no suele alabar a la gente. Sin embargo, le impresionó la fe del Centurión. Le dijo que con su palabra podía curar a su criado. Repetimos sus palabras cada día en la Misa: Señor, yo no soy digo de que entres en mi casa, pero una palabra tuya bastará para sanarme. Jesús dijo que no había encontrado esa fe en Israel. ¿Qué diría Jesús de nuestra fe?

    Jesús puso barro en los ojos de un ciego y le dijo que se fuera a lavarlos a la piscina de Siloé. Los podía haber curado allí mismo tocándolos, pero le pidió la fe de ir a donde le dijo. Los podía haber lavado en la fuente cercana, pero recuperó la vista después de lavarlos en la piscina de Siloé. El hombre con una mano seca había intentado millones de veces moverla sin resultado. Cuando Jesús le dijo que la moviera se curó. Si hubiera rehusado moverla, no se hubiera curado.

    ¿Qué tiene que hacer Jesús con nosotros? ¿Cuál es nuestra enfermedad? Quizá no vemos y tenemos que gritar como el ciego Bartimeo: Señor que vea. O como la mujer que tenía un flujo de sangre, tenemos que tocar la orla del manto de Jesús para curarnos. Debemos ir a la fuente de fe, donde el agua salta pura y limpia. Después de la consagración durante la Misa, es un buen momento para pedir fe, cuando Jesús aparece en el altar: auméntanos la fe.

    josephpich@gmail.com

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    4 m
  • 26 Domingo C Parábola del rico Epulón y el pobre Lázaro
    Sep 23 2025

    Parábola del rico Epulón y el pobre Lázaro

    Todos somos los dos hombres de la parábola, aunque no nos guste, el hombre rico y el pobre Lázaro, con sus debilidades y cualidades, aspiraciones y deseos. Ambos viven vidas paralelas, relacionadas, aunque opuestas, en esta vida y en la otra, cruzándose en las encrucijadas de esta vida. Los primeros serán los últimos, y los últimos los primeros.

    El hombre rico no tiene nombre en el evangelio, aunque la tradición le llame Epulón, que significa hombre que come y se regala mucho. Las riquezas no te identifican, no te dicen quién eres, o de dónde vienes. Frente a Dios todos somos iguales; para él las cosas no tienen valor, no significan nada. Nacemos desnudos y nos vamos de esta vida sin nada en que podamos asirnos. Solo nos encontraremos allí lo que hayamos conseguido dar a los demás. No es importante lo que tienes o lo que has acumulado, sino quién eres, o que has llegado a ser. Las cosas no te hacen; solo lo que haces de ellas. Frente a Dios somos niños pequeños con juguetes en nuestras manos.

    Somos el rico Epulón. Podemos vivir una vida egoísta, sin darnos cuenta de que hay mucha gente cerca de nosotros con necesidades materiales y espirituales. Vivimos con las puertas de nuestro corazón cerradas, una vida centrada en nosotros mismos. No vemos la pobreza que nos rodea. Los perros lamen las heridas de Lázaro y no oímos sus ladridos. Jesús en el evangelio de hoy intenta darnos la vuelta como un calcetín, abrirnos los ojos para ver a los Lázaros que están afuera de nuestra puerta. El Papa Francisco dice que Lázaro representa el grito silencioso de los pobres de todos los tiempos. Están constantemente llamando a nuestra puerta. El Papa nos recuerda que ignorar a los pobres es desdeñar a Dios. Tenemos que ver a Jesús en el necesitado, despojado, destituido, indigente. Cada sintecho es Jesús mismo, aunque esté sucio, huela mal o se enfade contigo.

    Lázaro sin embargo tiene su nombre. La pobreza es real: afecta a personas concretas. La puedes identificar enseguida. Algunos autores dicen que Lázaro era una persona real en tiempos de Jesús, un pobre conocido, quizás sentado a la puerta del templo, ayudado por Jesús y sus apóstoles. Judas le hubiera dado dinero protestando, diciendo que era falso, o que iba a utilizar el dinero para comprarse drogas o bebidas.

    Nosotros somos Lázaro, sentados en el camino de la vida, mendigando la ayuda de Dios. Lázaro significa Dios asiste. Los ricos no necesitan de Dios. Lo tienen todo planeado, el futuro organizado. Solo son felices cuando consiguen más dinero. Los países ricos abandonan a Dios y los pobres. En vez de construir catedrales para llegar a Dios, construyen estadios, museos, estaciones, aeropuertos, para contemplarse a si mismos, edificios sin alma. Benditos los pobres de espíritu porque ellos verán a Dios. Si somos Lázaro en esta vida, en la otra seremos ricos espiritualmente, disfrutando la vida infinita de Dios, como lo hacen los santos y los ángeles. La austeridad de esta vida se transforma en la abundancia de Dios.

    josephpich@gmail.com

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    4 m
  • 25 Domingo C Parábola del administrador infiel
    Sep 18 2025

    Parábola del administrador infiel

    Esta parábola tiene que ver con la administración de bienes. Dios nos ha dado unos bienes y Jesús nos pide hoy que nos examinemos para ver cómo los estamos administrando. Estamos a su servicio y podríamos ser un poco perezosos o indiferentes. No importa mucho que nuestro campo sea grande o pequeño. Lo importante es como lo estemos gestionando y si estamos dando buena cuenta de él. El amo ensalzó al administrador infiel por su prudencia y astucia. San Agustín dice que Jesús propuso esta parábola, no para alabarle, sino para que tengamos un ojo en el futuro. Deberíamos tener la determinación del administrador para asegurarnos el premio eterno. No podemos olvidar que estamos de paso y que lo que importa es la eternidad.

    El administrador era un hombre listo y apañado. Lo imagino bien vestido, elegante y con clase. Jesús se queja de que “los hijos de este mundo son más sagaces en los suyo que los hijos de la luz.” Conocemos a mucha gente que pone mucho tiempo y esfuerzo en las cosas de este mundo. Hacen inmensos sacrificios para conseguir riquezas, poder u honores. Nosotros deberíamos poner el mismo esfuerzo en nuestro servicio a Dios. San Josemaría comenta del afán que ponen los hombres en sus asuntos terrenos: “cuando tú y yo pongamos el mismo afán en los asuntos de nuestra alma, tendremos una fe viva y operativa.”

    “Quien es fiel en lo poco también es fiel en lo mucho; y quien es injusto en lo poco también es injusto en lo mucho.” Si comparamos las cosas de este mundo con las de la otra vida, sabemos que nuestros sacrificios son nada comparados con el premio prometido. Como no vemos la tierra prometida, nos cuesta comparar. La realidad es que todo lo que tenemos es un don de Dios y antes o después deberemos dar cuenta de ello.

    Lo que está detrás de esta parábola es un defecto muy humano: la pereza. No somos buenos administradores de los bienes de Dios porque somos perezosos. Es un vicio escondido del que no nos confesamos con frecuencia, pero que nos afecta a todos, de alguna manera u otra. Hacemos lo que no deberíamos hacer y no hacemos lo que nos toca. Podemos ser muy activos en cosas que no son importantes.

    “Ningún criado puede servir a dos señores, porque o tendrá aversión a uno y amor al otro, o prestará su adhesión al primero y menospreciará al segundo.” Dicen que solo podemos tener un señor, que no podemos ser esquizofrénicos. “No podéis servir a Dios y a las riquezas.” No podemos dejar que el dinero sea nuestro dios, o que el fin de nuestra vida sea acumular riquezas. El profeta Amos en la primera lectura carga contra los que explotan a los pobres. No podemos olvidarlos. Deberíamos ayudarlos con los bienes que Dios nos ha dado.

    josephpich@gmail.com

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