• Trabajo y dignidad

  • May 7 2025
  • Duración: 5 m
  • Podcast
  • Resumen

  • Se suele decir que todos los trabajos son dignos. Sin embargo, muchos sectores y dinámicas de la sociedad niegan dicha dignidad. La explotación, los bajos salarios, la profunda desigualdad en el reconocimiento de los mismos son realidades innegables. Algunas actividades laborales se consideran inferiores o menos dignas; otras, en cambio, son mejor valoradas y se les asigna una recompensa económica muy superior. Aunque toda labor responde a una necesidad social y, por tanto, está dotada de la misma dignidad, la consideración social, la valoración económica e incluso el trato con el trabajador dependen de factores allende la dignidad. Generalmente, los salarios son el resultado de un cálculo de costos y beneficios. Cálculos, con frecuencia, ligados al afán de lucro o a las conveniencias políticas cuando quien contrata es el Estado. En El Salvador se excluye de las redes básicas de protección social a los campesinos, a las trabajadoras del hogar y a un gran número de pequeños empresarios y comerciantes del sector informal. Salarios de más de 20 veces el salario mínimo son frecuentes en las empresas grandes y se justifican desde la supuesta productividad económica del cargo que se ostenta. Si todos los trabajos son necesarios para la producción de riqueza, las diferencias no deberían ser tan enormes. Y si lo son, el Estado está moralmente obligado a reducirlas a través del impuesto sobre la renta. En la actualidad, fiel a la tradición discriminatoria del valor del trabajo, el Gobierno de Bukele está proponiendo un aumento del 12% al salario mínimo, luego de 4 años de mantenerlo sin cambios a pesar del encarecimiento de la canasta básica alimentaria. Dado que existen diversos salarios mínimos y que los trabajadores del campo son discriminados y tienen un salario menor, un 12% de aumento a todos los salarios mínimos ampliará la brecha entre el campo y la ciudad. En la práctica, el salario mínimo urbano tendrá un aumento que duplica al del mínimo rural. El 1 de mayo los trabajadores protestaron porque, a su juicio, el 12% no cubre el alto costo de la vida. Y tienen razón. Los despidos masivos en el Estado y los desalojos de vendedores informales han contribuido al empobrecimiento de muchos. La exigencia de un mayor aumento al salario mínimo es justa, pero llama la atención que se olvide o no se reclame con la debida fuerza la ratificación del convenio 189 de la OIT, que da a las trabajadoras del hogar las mismas condiciones y prestaciones de las que goza el resto de la población económicamente activa. Impacta también negativamente que los trabajadores formales no defiendan a los trabajadores informales, ni propongan una inclusión de los mismos en las redes de protección social, ni exijan reformas drásticas al Código de Trabajo a favor de ellos. Aunque trabajo y capital son necesarios en la producción de bienestar, en el pensamiento de la Iglesia católica el trabajo tiene mayor dignidad que el capital por una sencilla razón: el trabajo es una dimensión humana fundamental, nos hace personas. El capital suele despersonalizar. El hecho de que en El Salvador se viole la dignidad del trabajo humano, impidiendo a muchos salir de la pobreza y la vulnerabilidad, debe llevar a mayor reflexión y a mayor compromiso con un cambio social y unas reformas que respondan a la dignidad de todos.
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