Había una vez...Un cuento, un mito y una leyenda Podcast Por Juan David Betancur Fernandez arte de portada

Había una vez...Un cuento, un mito y una leyenda

Había una vez...Un cuento, un mito y una leyenda

De: Juan David Betancur Fernandez
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Este podcast está dedicado a los cuentos, mitos y leyendas del mundo.© 2025 Había una vez...Un cuento, un mito y una leyenda Ciencias Sociales Literatura y Ficción Mundial
Episodios
  • 680. El mono artista (Infantil)
    Aug 18 2025

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    Juan David Betancur Fernandez
    elnarradororal@gmail.com

    En el corazón de la Sierra de los Ecos, donde los cerros se alzan como guardianes de los secretos del tiempo, vivía una comunidad de animales que caminaban. No volaban, no nadaban, no trepaban más allá de lo necesario. Caminaban. Eran criaturas del suelo, del polvo, de la rutina. El llano era su mundo, y el cielo, apenas una promesa lejana.

    Entre ellos vivía un mono distinto. No por su especie, sino por su deseo. Se llamaba Turi, y desde joven había sentido que el mundo lo ignoraba. No era fuerte como el jaguar, ni sabio como la tortuga, ni ágil como el venado. Pero tenía algo que pocos tenían: ambición . Quería ser visto como un artista. No por lo que hacía, sino por lo que decía haber hecho.

    Una mañana, mientras paseaba por la ladera del Cerro del Silencio, Turi encontró un tronco caído. Era viejo, retorcido, con raíces expuestas como dedos de un cadáver vegetal. Nadie lo había tocado en años. Pero Turi lo miró con otros ojos. Su instinto lo llevo a ver algo que posiblemente otros que habían pasado por allí no habían visto. La oportunidad de sobresalir de forma inmediata sin mayor esfuerzo.

    —No necesito transformarlo —murmuró—. Solo necesito elevarlo.

    Y así nació su plan. No tallaría, no pintaría, no esculpiría aquel tronco ya que no sabría como hacerlo. Solo colocaría el tronco en un lugar inaccesible, y dejaría que la distancia hiciera el resto.

    Durante tres días, Turi empujó el tronco cuesta arriba. Lo hizo en secreto, evitando que otros lo vieran. El camino era arduo: piedras sueltas, espinas, niebla espesa. A veces se detenía a hablar consigo mismo:

    —Cuando lo vean allá arriba, no verán un tronco. Verán lo que yo les diga que es. Ese es el plan.

    Finalmente, llegó a la cima. El Cerro del Silencio era un lugar sagrado, donde el viento no hablaba y las aves no cantaban. Allí, colocó el tronco de pie, como si fuera una figura ancestral. Lo rodeó de piedras, lo limpió un poco, y lo dejó.

    Al regresar al llano, Turi convocó a todos los animales. Se subió a una roca y habló con voz firme:

    —¡Amigos! Durante años me he dedicado a cultivar un nuevo arte. Lejos de la vista de todos ustedes le he dedicado días enteros a aprender el difícil arte de la escultura. Inicie con barro y y luego con mucho cuidado he aprendido como moldear figuras a partir de la madera y finalmente pase a trabajar con herramientas que yo mismo he creado para extraer imágenes de los bloques de granito que tenemos en lo alto del cerro del silencio . Hoy y después de casi un año de trabajo arduo, les presento mi obra maestra. Miren hacia el Cerro. ¿Ven esa figura que se alza entre las nubes? ¡Es una estatua! ¡Una creación única! ¡La hice yo!

    Los animales miraron. Desde tan lejos, solo se veía una silueta oscura, apenas distinguible. Pero el tono del mono era solemne, casi místico y con sus seguridad les transmitía la creencia. Y así comenzaron los murmullos entre aquellos animales que nunca habían visto una obra de arte.

    —¡Qué artista! —¡Qué visión! —¡Qué genio! Claramente se ve el esfuerzo del creador.

    El jaguar asintió. La tortuga cerró los ojos en señal de respeto. El venado dijo que había sentido “una energía especial” que emanaba de aquella figura en lo alto del cerro. Y así, Turi fue celebrado.

    Los animales comenzaron a sentirse afortunados de tene a Turi viviendo con ellos. Le ofrecieron los frutos más dulces, lo invitaron a danzas nocturnas, y hasta le pidieron que enseñara su “técnica”.

    Turi ya convertido en una celebridad entre los animales se dedicaba a hablaba de inspiración, de forma, de trascendencia. Pero aunque Nadie entendía, todos asentían y movían la cabeza para lucir interesantes e

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  • 679. El Patito Feo (Milenials)
    Aug 16 2025

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    Juan David Betancur Fernandez
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    Había una vez En una granja con más drama que una telenovela venezolana una pata que en sus tiempos libres se dedicaba a ser Influencer . La pata en cuestión que realmente se creía muy global aunque solo tenía 3000 mil seguidores estaba muy emocionada. Hacia unos días había recibido 4 huevos por el servicio de delivery. Lo había hecho así porque una amiga le había dicho que la mejor manera para mantener la línea de juventud era encargar los huevos en vez de tenerlos directamente. Pues después de recibir los huevos finalmente los puso en su nido hecho con productos reciclables y allí los puso al cuidado de una lamparita que les diera calor y luz. Ella estaba demasiada ocupada con sus clases de pilates para dedicarle el tiempo a sus huevitos. Después de unos días Sus huevos estaban por eclosionar ( que es como llaman los habitantes del siglo pasado a la acción de reventarse internamente para nacer. Y esto la hacia demasiado feliz. Tanto que ya tenía los nombres listos: Sunny, Honey, Cutie otro que ella no sabía de donde había salido ya que era un poco rarito y diferente. Siempre sospecho que el servicio de delivery se habia equivocado., en fin este huevo no tenía nombre aún

    Cuando por fin eclosionaron (de nuevo esa palabreja horrible) y los patitos nacieron eran sencillamente adorables y ella preparo su cámara y sus luces para tomarles las fotos de instagram. Amarillos, redonditos, con ese look de “recién salidos del spa”. Pero el último... el último parecía un glitch. Ya que era Gris, desgarbado, con cara de “no me cargó bien la textura que deseaba y tampoco me funciono el filtro que queria”.

    Sunny lo miró y dijo: —¿Ese es nuestro hermano o un NPC que se nos metio sin saber? Honey soltó: —Literalmente no da vibes de pato. Cutie solo lo grabó para subirlo a sus stories con el sticker de “diferentico”.

    La mamá Pata intentó defenderlo: —Cada uno tiene su belleza interior. Pero incluso ella dudaba mientras lo colocaba con el tag #DiferentePeroEspecial en su Instagram.

    El patito, que aún no tenía nombre porque nadie se lo quiso dar, empezó a sentir que no encajaba. En la granja lo ignoraban, lo empujaban en la fila del maíz, y hasta el gallo le decía: —Bro, tu estética es muy low-res para este corral.

    Intentó hacer amigos con las gallinas nada que ver, pero ellas solo aceptaban aves con plumas brillantes y posturas perfectas. —Tu aura está desalineada —le dijeron mientras hacían la postura del huevo cósmico.

    Un día salió a caminar por su propia cuenta y Pasó por un estanque donde nadaban cisnes, elegantes como si fueran modelos de perfume francés. Se acercó tímido, pero ellos lo miraron como si fuera un pop-up de antivirus. —No aceptamos patitos con energía de “antes del cambio”.

    El patito se alejó, triste, y se refugió en un rincón del bosque. Ahí, sin Wi-Fi ni likes, empezó a conocerse. Leía hojas como si fueran libros, hablaba con el viento, y se grababa monólogos que nadie veía. Pero algo dentro de él empezaba a florecer. Se sentía raro pero como no tenía social media no había nadie que le hiciera ciber bulling y su su autoestima se libero de lo toxico del ambiente social en que vivía anteriormente.

    Pasó el invierno. Frío, largo, introspectivo. El patito sobrevivió comiendo lo que encontraba y soñando con ser aceptado. Pero en primavera, algo cambió.

    Se miró en el agua y... ¡plot twist! Ya no era gris ni torpe. Era absolutamente hermoso. Ya no tenía figurita de pato, era grande y esbelto y era blanco como la nieve del invierno. Era realmente un cisne. Un cisne de esos que parecen salidos de una campaña de Dior. Cuello largo, plumaje blanco con reflejos dorados, mirada profunda como

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  • 678. La Loteria (Shirley Jackson)
    Aug 13 2025

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    Juan David Betancur Fernandez
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    Había una vez en un pueblo del centro mismo del pais una tradición que después de muchas generaciones aún se conservaba en aquella región dedicada exclusivamente a la agricultura. Era la mañana del 27 de junio y esta amaneció clara y soleada con el calor lozano de un día de pleno estío; las plantas mostraban profusión de flores y la hierba tenía un verdor intenso. La gente del pueblo empezó a congregarse en la plaza, entre la oficina de correos y el banco, alrededor de las diez; en algunos pueblos había tanta gente que la lotería duraba dos días y tenía que iniciarse el día 26, pero en aquel pueblecito, donde apenas había trescientas personas, todo el asunto ocupaba apenas un par de horas, de modo que podía iniciarse a las diez de la mañana y dar tiempo todavía a que los vecinos volvieran a sus casas a comer.

    Los niños fueron los primeros en acercarse, por supuesto. La escuela acababa de cerrar para las vacaciones de verano y la sensación de libertad producía inquietud en la mayoría de los pequeños; tendían a formar grupos pacíficos durante un rato antes de romper a jugar con su habitual bullicio, y sus conversaciones seguían girando en torno a la clase y los profesores, los libros y las reprimendas. Bobby Martin ya se había llenado los bolsillos de piedras y los demás chicos no tardaron en seguir su ejemplo, seleccionando las piedras más lisas y redondeadas; Bobby, Harry Jones y Dickie Delacroix acumularon finalmente un gran montón de piedras en un rincón de la plaza y lo protegieron de las incursiones de los otros chicos. Las niñas se quedaron aparte, charlando entre ellas y volviendo la cabeza hacia los chicos, mientras los niños más pequeños jugaban con la tierra o se agarraban de la mano de sus hermanos o hermanas mayores.

    Pronto empezaron a reunirse los hombres, que se dedicaron a hablar de sembrados y lluvias, de tractores e impuestos, mientras vigilaban a sus hijos. Formaron un grupo, lejos del montón de piedras de la esquina, y se contaron chistes sin alzar la voz, provocando sonrisas más que carcajadas. Las mujeres, con descoloridos vestidos de andar por casa y suéteres finos, llegaron poco después de sus hombres. Se saludaron entre ellas e intercambiaron apresurados chismes mientras acudían a reunirse con sus maridos. Pronto, las mujeres, ya al lado de sus maridos, empezaron a llamar a sus hijos y los pequeños acudieron a regañadientes, después de la cuarta o la quinta llamada. Bobby Martin esquivó, agachándose, la mano de su madre cuando pretendía agarrarlo y volvió corriendo, entre risas, hasta el montón de piedras. Su padre lo llamó entonces con voz severa y Bobby regresó enseguida, ocupando su lugar entre su padre y su hermano mayor. La lotería -igual que los bailes en la plaza, el club juvenil y el programa de la fiesta de Halloween- era dirigida por el señor Summers, que tenía tiempo y energía para dedicarse a las actividades cívicas.

    El señor Summers era un hombre jovial, de cara redonda, que llevaba el negocio del carbón, y la gente se compadecía de él porque no había tenido hijos y su mujer era una gruñona. Cuando llegó a la plaza portando la caja negra de madera, se levantó un murmullo entre los vecinos y el señor Summers dijo: «Hoy llego un poco tarde, amigos». El administrador de correos, el señor Graves, venía tras él cargando con un taburete de tres patas, que colocó en el centro de la plaza y sobre el cual instaló la caja negra el señor Summers. Los vecinos se mantuvieron a distancia, dejando un espacio entre ellos y el taburete, y cuando el señor Summers preguntó: «¿Alguno de ustedes quiere echarme una mano?», se produjo un instante de vacilación hasta que dos de los hombres, el señor Martin y su hijo mayor, Bax

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