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Año 1219. Moritz ha encontrado en la escultura la pasión que le permite olvidar la pérdida de su madre siendo solo un niño y, con su recuerdo y su añoranza, crea una maravillosa estatua que llama la atención de Bohnsack, uno de los constructores de la catedral de Magdeburgo, de paso por su ciudad. Juntos, viajarán hasta la ciudad a orillas del Elba, donde está en marcha uno de los proyectos arquitectónicos más ambiciosos del siglo: la construcción del templo consagrado a los santos Mauricio y Catalina.

Han transcurrido cinco años desde que el apocalipsis se desató en La hora muerta. El mundo ha cambiado y los seres humanos luchan con desesperación por sobrevivir y conservar los últimos restos de cordura. El círculo se cierra. Los caminos han sido trazados. Conducen al lugar donde se decidirá el destino de la humanidad. Conducen a La catedral de la carne.

Siglo XIV. La ciudad de Barcelona se encuentra en su momento de mayor prosperidad; ha crecido hacia la Ribera, el humilde barrio de los pescadores, cuyos habitantes deciden construir, con el dinero de unos y el esfuerzo de otros, el mayor templo mariano jamás conocido: Santa María de la Mar.

Zavalita y el zambo Ambrosio conversan en La Catedral. Estamos en Perú, durante el «ochenio» dictatorial del general Manuel A. Odría. Unas cuantas cervezas y un río de palabras en libertad para responder a la palabra amordazada por la dictadura.