
La Maldición de Tutankamón y las 13 Muertes que Conmocionaron al Mundo
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Imaginen la escena. Es noviembre de 1922. El arqueólogo Howard Carter, después de años de búsqueda infructuosa, se encuentra en el umbral de lo imposible. Bajo una capa de arena y escombros de milenios, ha descubierto unas escaleras. Cada palada de tierra, cada peldaño revelado, acerca a la expedición a un silencio que ha durado más de tres mil años.
Finalmente, llegan a una puerta sellada, y el corazón se acelera. En ella, jeroglíficos sellados. Pero, un indicio de amenaza flota en el aire sofocante: la leyenda de una advertencia que reza: 'La muerte golpeará con sus alas a quien turbe el sueño del Faraón.'
Carter hace una pequeña abertura. El aire, denso y viciado, escapa como un fantasma exhalando su último aliento. Cuando su mecenas, Lord Carnarvon, pregunta ansioso: '¿Puede ver algo?', la respuesta de Carter resuena en la historia, cargada de asombro y, quizás, de premonición: 'Sí, cosas maravillosas.'
Al trasponer el umbral, se abren ante ellos cámaras llenas. No se trata solo de oro, sino de la visión detenida de un pasado sagrado. El brillo opaco del metal precioso bajo la tenue luz de la linterna; el fulgor de miles de objetos rituales, estatuas de dioses y animales, carros desmantelados... una opulencia inimaginable, celosamente guardada por dos centinelas de madera, de rostro imperturbable, que parecen juzgar a los intrusos.
Pero el horror, o al menos el misterio, no tardaría en teñir este triunfo. Apenas cinco meses después, Lord Carnarvon, el hombre que financió el hallazgo, muere repentinamente en El Cairo, a causa de la picadura de un mosquito que se infectó. En el instante de su muerte, a kilómetros de distancia, en su mansión en Inglaterra, su perro aúlla y cae fulminado. En El Cairo, un apagón inexplicablemente sume la ciudad en una oscuridad total. ¿Coincidencia? ¿O el faraón despertaba de su sueño, enojado?
La lista de desgracias se alargó. George Jay Gould, un visitante de la tumba, murió de neumonía poco después. El hermano de Carnarvon falleció misteriosamente. Arthur Mace, el hombre que ayudó a Carter a derribar el muro de entrada, pereció poco después, víctima de una extraña enfermedad. Y así, la leyenda creció con cada muerte. Se habló de venenos antiguos, de bacterias letales, incluso de radiación, liberada al abrir el sarcófago.
La pregunta permanece, flotando como el polvo de oro y momia en el aire del desierto: ¿Fue solo la prensa sensacionalista la que tejió una red de superstición en torno a estos hechos? ¿O realmente hay fuerzas que la ciencia no puede explicar, protegiendo los restos sagrados de un rey-niño que solo buscaba la paz en su eternidad?
Howard Carter, el descubridor, vivió dieciséis años más, desafiando la maldición hasta su propia muerte natural. Pero para el resto del mundo, la sombra de Tutankamón ya había caído.
Piensen en ello. Tres mil años de silencio roto por una linterna. ¿Qué tipo de deuda se paga por profanar un sueño tan largo y tan profundo?
Volveremos mañana con más Misterios Ocultos. Buenas noches.
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