33 Domingo C Discurso escatológico Podcast Por  arte de portada

33 Domingo C Discurso escatológico

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Discurso escatológico

Cuando llegamos al mes de noviembre, al final del año litúrgico, tenemos estos evangelios acerca del final de los tiempos, de un futuro distante. Son siempre un poco temibles y no sabemos qué hacer con ellos. Los queremos leer deprisa, para pasar enseguida al Adviento, y así poder ver más cercana la Navidad. ¿Por qué la Iglesia quiere que meditemos acerca de ellos, cuando no sabemos cuándo ocurrirán, y lo más probable es que no sucederán nunca durante nuestra vida? Nos hablan de nuestro futuro y nos enseñan lecciones que podemos aprender en nuestras propias vidas.

Es muy normal querer predecir el futuro, y así planear las cosas mejor. Nos gustaría tener más control de nuestras vidas, para estar preparados por lo que pueda venir. Dios nos revela de alguna manera u otra, lo que tenemos que saber en cada momento. La curiosidad mató al gato. Estamos en las manos de Dios y Él sabe lo que necesitamos. Deberíamos abandonar las cosas en Él y dejar que sea el jefe. Nosotros solo somos niños pequeños.

Hay tres acontecimientos futuros anunciados en este evangelio: la destrucción de Jerusalén, el final de los tiempos y la segunda venida de Cristo. El primero ocurrió en el año 70, cuando los Romanos cercaron la ciudad santa y destruyeron su templo, para calmar la rebelión judía. Todavía hoy se puede contemplar la explanada, donde los musulmanes levantaron una mezquita. Los judíos solo tienen el muro de las lamentaciones, donde lloran esperando que se reconstruya el templo en un futuro no muy lejano. Una vez que Jesús vino, Dios ya no necesita un lugar para habitar, pues está siempre con todos nosotros. No deberíamos preocuparnos de las cosas materiales, pues todo, antes o después, desaparecerá. Deberíamos ocuparnos más de nuestra alma, templo del Espíritu Santo.

Mucha gente ha profetizado el final de los tiempos, y estamos todavía por aquí vivitos y coleando. No debería preocuparnos. Algunos de los primeros cristianos dejaron de trabajar pues pensaban que el final estaba al caer. Esto nos recuerda que todo lo que hacemos tendrá un final. A todos nos gustaría dejar algo detrás que siga para siempre, pero la historia nos enseña que es imposible. Todo al final se destruye. Lo que perdura para siempre es lo que está en la otra vida, cuando habrá un nuevo cielo y una nueva tierra. Eso nos ayuda a fijar nuestros ojos en el velo que separa el tiempo de la eternidad.

La segunda venida de Cristo resulta menos temible. Después de unos signos majestuosos, Jesús aparecerá de vuelta entre las nubes del cielo. Nos alegrará verlo retornar para juzgar a los vivos y a los muertos. Esto nos recuerda nuestro futuro encuentro con Jesús, cuando se haya terminado nuestra existencia terrena. Deberíamos estar listos, y una señal de que no lo estamos, es que todavía estamos aquí. Le pedimos a nuestra Madre Santa María, que nos acompañe en ese momento, pues así lo pedimos cada vez que recemos el Ave María: ruega por nosotros pecadores, ahora, y en la hora de nuestra muerte, amen.

josephpich@gmail.com

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