29 Domingo C Parábola del juez injusto
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Parábola del juez injusto
Aunque la parábola de hoy se centra en la actitud del juez injusto, en su falta de temor de Dios y en su indiferencia ante la injusticia, esta debería llamarse la parábola de la viuda tozuda o perseverante, porque ella es la verdadera protagonista, la que al final vence y logra que se le haga justicia. Ella es un modelo ante la injusticia y la indiferencia. Nos enseña a como reaccionar cuando nos encontramos en situaciones imposibles: perseverar en la oración.
En la primera lectura de la Misa vemos como Moisés observa el combate de Joshua contra Amalec. Mientras sus brazos se mantienen en alto, los israelitas ganan la batalla; cuando se cansa y los baja, comienzan a perder. Podemos imaginarnos la responsabilidad de Moisés, de mantener sus brazos alzados, pues las vidas de su gente estaban en peligro. Lo mismo nos ocurre a nosotros. Cuando paramos de rezar, el demonio se hace más fuerte; cuando perseveramos en la oración, la fe de la Iglesia se fortalece. Las almas de los demás están de alguna manera conectadas a nuestra vida de oración, especialmente de la gente más cercana a nosotros. Esto nos enseña a mantener nuestros brazos levantados en oración, pues tenemos la responsabilidad de mantener a los demás con nuestro esfuerzo. Los cristianos somos de una manera misteriosa, el alma del mundo. No podemos bajar nuestras defensas. Ayudamos a los demás con nuestra lucha, con nuestros sacrificios y con nuestro ejemplo.
El evangelio dice expresamente que Jesús nos propuso esta parábola para enseñarnos la necesidad de orar siempre y no desfallecer. ¿Podemos rezar constantemente? En principio esto no es posible, pues no somos ángeles. San Agustín dice que orar es un ejercicio de deseo. Hemos sido creado para Dios y no descansaremos hasta que lo encontremos. Tenemos en nuestro corazón un anhelo de eternidad, de infinitud, de nuestro Creador, aunque muchas veces no sabemos cómo expresarlo. La oración busca las ascuas de las brasas escondidas en nuestro corazón, y las sopla para que se enciendan, y se conviertan en un incendio que queme todo el bosque de nuestros pecados. San Agustín dice que el deseo es nuestra oración, y que, si el deseo es constante, nuestra oración es duradera.
La tradición oriental enseña la oración de Jesús, también llamada oración del corazón: Señor Jesucristo, Hijo de Dios, ten piedad de mí, pecador. Puede convertirse en parte de tu vida, a través de una repetición constante, como el latir del corazón, aprovechando la respiración. En la Iglesia occidental tenemos el Santo Rosario, una oración que puede ser rezada en cualquier lugar y tiempo. Muchos santos han conseguido su inmersión en Dios a través de ella.
La sociedad moderna nos ha enseñado que podemos concentrarnos constantemente en una misma cosa: nuestros móviles. Están siempre en nuestras manos, sonando, clicando, llamando, recibiendo mensajes, tomando fotos, hablándonos, utilizando aplicaciones. Exigen nuestra atención constante, como los bebés. Las grandes y potentes empresas tecnológicas diseñan estrategias para que estemos todo el tiempo pegados a su pantalla. ¿Podemos hacer lo mismo con Dios? La oración nos ayuda a conectar con Él; es gratis y no hace falta ningún artilugio. Utilizamos nuestro corazón para conectar con la eternidad y la infinitud.
josephpich@gmail.com