680. El mono artista (Infantil) Podcast Por  arte de portada

680. El mono artista (Infantil)

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Juan David Betancur Fernandez
elnarradororal@gmail.com

En el corazón de la Sierra de los Ecos, donde los cerros se alzan como guardianes de los secretos del tiempo, vivía una comunidad de animales que caminaban. No volaban, no nadaban, no trepaban más allá de lo necesario. Caminaban. Eran criaturas del suelo, del polvo, de la rutina. El llano era su mundo, y el cielo, apenas una promesa lejana.

Entre ellos vivía un mono distinto. No por su especie, sino por su deseo. Se llamaba Turi, y desde joven había sentido que el mundo lo ignoraba. No era fuerte como el jaguar, ni sabio como la tortuga, ni ágil como el venado. Pero tenía algo que pocos tenían: ambición . Quería ser visto como un artista. No por lo que hacía, sino por lo que decía haber hecho.

Una mañana, mientras paseaba por la ladera del Cerro del Silencio, Turi encontró un tronco caído. Era viejo, retorcido, con raíces expuestas como dedos de un cadáver vegetal. Nadie lo había tocado en años. Pero Turi lo miró con otros ojos. Su instinto lo llevo a ver algo que posiblemente otros que habían pasado por allí no habían visto. La oportunidad de sobresalir de forma inmediata sin mayor esfuerzo.

—No necesito transformarlo —murmuró—. Solo necesito elevarlo.

Y así nació su plan. No tallaría, no pintaría, no esculpiría aquel tronco ya que no sabría como hacerlo. Solo colocaría el tronco en un lugar inaccesible, y dejaría que la distancia hiciera el resto.

Durante tres días, Turi empujó el tronco cuesta arriba. Lo hizo en secreto, evitando que otros lo vieran. El camino era arduo: piedras sueltas, espinas, niebla espesa. A veces se detenía a hablar consigo mismo:

—Cuando lo vean allá arriba, no verán un tronco. Verán lo que yo les diga que es. Ese es el plan.

Finalmente, llegó a la cima. El Cerro del Silencio era un lugar sagrado, donde el viento no hablaba y las aves no cantaban. Allí, colocó el tronco de pie, como si fuera una figura ancestral. Lo rodeó de piedras, lo limpió un poco, y lo dejó.

Al regresar al llano, Turi convocó a todos los animales. Se subió a una roca y habló con voz firme:

—¡Amigos! Durante años me he dedicado a cultivar un nuevo arte. Lejos de la vista de todos ustedes le he dedicado días enteros a aprender el difícil arte de la escultura. Inicie con barro y y luego con mucho cuidado he aprendido como moldear figuras a partir de la madera y finalmente pase a trabajar con herramientas que yo mismo he creado para extraer imágenes de los bloques de granito que tenemos en lo alto del cerro del silencio . Hoy y después de casi un año de trabajo arduo, les presento mi obra maestra. Miren hacia el Cerro. ¿Ven esa figura que se alza entre las nubes? ¡Es una estatua! ¡Una creación única! ¡La hice yo!

Los animales miraron. Desde tan lejos, solo se veía una silueta oscura, apenas distinguible. Pero el tono del mono era solemne, casi místico y con sus seguridad les transmitía la creencia. Y así comenzaron los murmullos entre aquellos animales que nunca habían visto una obra de arte.

—¡Qué artista! —¡Qué visión! —¡Qué genio! Claramente se ve el esfuerzo del creador.

El jaguar asintió. La tortuga cerró los ojos en señal de respeto. El venado dijo que había sentido “una energía especial” que emanaba de aquella figura en lo alto del cerro. Y así, Turi fue celebrado.

Los animales comenzaron a sentirse afortunados de tene a Turi viviendo con ellos. Le ofrecieron los frutos más dulces, lo invitaron a danzas nocturnas, y hasta le pidieron que enseñara su “técnica”.

Turi ya convertido en una celebridad entre los animales se dedicaba a hablaba de inspiración, de forma, de trascendencia. Pero aunque Nadie entendía, todos asentían y movían la cabeza para lucir interesantes e

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