La Santa Muerte, también Audiolibro Por Martha Whittington arte de portada

La Santa Muerte, también

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La Santa Muerte, también

De: Martha Whittington
Narrado por: Virtual Voice
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Este título utiliza narración de voz virtual

Voz Virtual es una narración generada por computadora para audiolibros..
Fragmento de la historia:

–Santa Muerte.

–Sí, Gabriel, dime.

–¡Ahhh! La hermosa princesa finalmente desea hablar con el maldito sapo feo…. Y antes de que digas que estoy ciego también el día de hoy y nos empecemos a pelear como es tu maldita costumbre roñosa, respóndeme esto: ¿Sabe Antonio dónde changados vivo?

–Lo sabe.

–Maldita hija de puta ¡Se lo dijiste! ¡Víbora traidora!

–Antonio nunca pide eso de mí.

–¿Y luego? ¿Cómo supo?

–Es un hombre inteligente y de recursos.

–¡Híjole! Me suena a que lo admiras mucho… ¿Lo quieres mucho?

–No quiero ni admiro.

–Y te me vas por la tangente cada que te confronto con la misma cosa. Pero dime, ¿a cuántos putitos se ha cargado ese pinche payaso cojo de mierda verde con gusanos?

Hubo silencio en mi oído izquierdo.

Suspiré, tratando de calmarme; estaba consciente de que si me agitaba mucho, ella terminaría por irse otra vez.

–¿Más de tres?

Hubo un breve silencio y pensé que no la escucharía más ese día.

–Más de tres.

–¡Perro desgraciado! ¿Más de cinco?

–Más de cinco.

– ¡Culero de mierda! ¿Más de quince?

–Más de quince.

–Ah, chingados… ¿Más de veinte?

–Más de veinte.

–¡Puto! ¿Más de treinta?

–Más de treinta.

–¡Me lleva la chingada! ¿Más de cuarenta?

–Más de cuarenta.

Hice una breve pausa. Respiré profundo.

– ¿Más de cincuenta?

–Más de cincuenta.

–¡Infeliz sin verga! ¿Más de cincuenta y nueve?

–Más de cincuenta y nueve.

–Ah, que la jodida… ¡Eso es imposible! El puto de Antonio ya me ganó. ¡Pinche chingada madre de mierda defectuosa! ¡No! ¡No! ¡No, y mil veces no! –dije golpeando con fuerza el volante de mi adorada mini-van.

Me aferré con fuerza al volante y apreté la quijada.

Sentía que me hervía la sangre, al tiempo que una vena en la frente se me botaba, palpitando furiosamente por la presión arterial desbordada.

Tomé un poco de aire otra vez.

– ¿Más de sesenta?

–Más de sesenta.

–¡A la madre! ¿Más de setenta?

–Más de setenta.

–¡Este cabrón es un pinche asesino serial! ¡Nos está exterminando! ¿Más de cien?

–Más de cien.

–¡Me lleva el puto demonio maricón!¡Bueno ya! ¡Me doy! ¿Cuántos en total?

–Ciento veintidós.

– Pues no pienso ser el ciento veintitres... Antonio se tiene que morir y pronto.
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